LA VELOCIDAD DE LAS NUBES de Ana Fructuoso Ros
Don Antonio, el cura, estaba implícita la de instruirnos sobre la inevitable, gloriosa e incluso placentera pérdida de libertad que supondría para nosotras este santo sacramento, de igual manera estaba el que está renuncia no tenía por qué ser correspondida por aquellos a quienes entregábamos nuestras vidas. Es más, nosotras, las santas mujeres, éramos quienes debíamos procurarles a ellos una libertad sin límites para no agobiar los ni contraria, rlos, quienes debíamos estar dispuestas a satisfacer todos los deseos o caprichos que demandaran, ofrecernos con todo el amor y el cariño del que ellos no podían prescindir; porque si no lo hacíamos así, les estaríamos incitando a buscar la satisfacción de sus apetitos en otros lugares más precsminosos.
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