Erika Ewald es profesora de piano y lleva una vida solitaria. Sólo entiende el mundo a través de la música y a través de ella también conoce el amor. Un violinista que comparte su pasión, llega para mostrarle un sentimiento tan sublime como la música, pero que viene acompañado de las frustraciones y los miedos. ¿Giros dramáticos? Ninguno. ¿Argumento de peso? Pues no! ¿Y... entonces? Lirismo, prosa preciosa, metáforas y un hombre dibujando y desdibujando los sentimientos de una mujer como un Dios: Stefan Zweig. Otra vez Arquitectura: una pieza sobre otra, un dibujo aquí, otro allá, todos hechos con palabras para dar forma a otro relato precioso. Seamos honestos: Zweig hacía alardes con la literatura. Veo en este libro hermoso la vanidad, el ego de un escritor que se sabe bueno con el alfabeto. Es su alquimia y siempre encuentra la piedra filosofal. Estoy cegada por Zweig, lo sé, pero su obra es para mí, más musical que para Erika Ewald su violinista. |