La jauría

La jauría, publicada en 1871, es el segundo volumen de la saga Rougon-Marquand, una magna obra compuesta por veinte novelas, que nos narra las vicisitudes de una estirpe familiar en la Francia del segundo imperio. La trama es más que interesante, nos acerca al movimiento de remodelación urbanística que sufrió Paris durante la década de 1850. Un proceso donde las conspiraciones, la corrupción y el ansia de poder estaban a la orden del día. Dentro de este caldo de cultivo, en un ambiente turbio y descontrolado, conoceremos una sociedad parisina que prima la apariencia sobre todas las cosas, creando una caterva de personajes totalmente deshumanizados y casi animales, una jauría como el título de la obra nos indica. Una trama donde se reflejan ya no sólo los más bajos instintos del ser humano como animal social, si no, también, los más bajos instintos humanos, la lujuria, el hedonismo, incluso la pasión animal, temas recurrentes de una novela que se atreve a narrar los amores prohibidos e incestuosos entre Reneé y su hijastro Maxime.

En cuanto a estilo narrativo, sigue claramente las directrices naturalistas del autor, y aprovecha una saga de tal magnitud para disfrutarla con calma, con detenimiento, reflejándose esto en extensas y a veces densas descripciones de la vida parisina, los jardines, las fiestas, y los corruptos movimientos del afán inmobiliario. En cuanto a personajes, los protagonistas son los hijos de aquellos que ya nos deleitaron en La fortuna de los Rougon, lo que fue un simple esbozo, coge peso y forma en esta entrega. Aunque las novelas de la saga se pueden leer de forma independiente, es interesante adentrarse en ellas por orden e ir enlazándolas al tronco de este inmenso árbol genealógico, pudiendo así vislumbrar la evolución familiar e incluso personal de determinados personajes de peso.

Una historia interesante en cuanto al reflejo real de la sociedad parisina del momento, con un estilo deslumbrante, pero para qué engañaros, soberanamente aburrida por tramos. Me ha gustado, sí, pero he deseado terminarla cien veces. Me sigo sacando el sombrero ante Zola y seguiremos con su titánica obra, pero creo que vamos a tomarnos un merecido descanso.