Viuda de hierro

Cada vez que pierdo la esperanza en que el mundo vaya a cambiar, pienso en ti. Pienso en tu forma de luchar por lo que deseas, sin que te importe lo que diga nadie, sin que te importe quien se interponga en tu camino [...] Eres mi estrella polar. Iré allí donde me guíes.

- ¿Sabes lo que creo? Creo que todo este tema de que las mujeres sean dóciles y obedientes no obedece más que a un pensamiento ilusorio. ¿Por qué, si no, pondríais tanto esfuerzo en mentirnos? ¿ En lisiar nuestros cuerpos? ¿En coaccionarnos con una moral inventada que según vosotros es sagrada? Vosotros, los hombres inseguros, estáis asustados. Podéis obligarnos a ser sumisas, pero en lo más profundo sabéis que no podéis obligarnos a quereros y a respetaros de verdad. Y sin amor ni respeto, siempre habrá una semilla de odio y resistencia. Creciendo. Enconándose. Esperando.

«Mujer». Esa etiqueta nunca me ha servido para nada que no fuera dictarme lo que puedo y lo que no puedo hacer.

La fuerza misma de sus juicios y de su odio es lo que hará que me vuelva imparable.

Solo soy una más en la larga lista de personas que lo han utilizado para conseguir sus fines.

Vosotros, los hombres inseguros, estáis asustados. Podéis obligarnos a ser sumisas, pero en lo más profundo sabéis que no podéis obligarnos a quereros y a respetaros de verdad. Y sin amor ni respeto, siempre habrá una semilla de odio y resentimiento.

Pero no tengo ninguna fe en el amor. El amor no puede salvarme.

Pues lo siento. Soy exactamente el tipo de chica que él teme que sea: con la sangre fría y el corazón podrido. Y no tengo ningún problema al respecto.

-¡Este sueño vuestro ya ha durado demasiado! -grito ante la cañarás entre estallidos de risa histérica, levantando los brazos-. ¡Bienvenidos a vuestra pesadilla!

Cada vez que decides mirarme, sé con certeza que en tu corazón hay un lugar para mí.