El necrófilo

Hay libros complejos, difíciles de leer por el reto emocional que supone colocarse bajo la piel de un personaje que nos incomoda o nos repugna. No por eso deberíamos limitar la valoración de la obra al obsoleto "me gusta/no me gusta" y se vuelve, más que nunca, necesario un análisis preciso de la arquitectura literaria.

Como esta no puede ser una reseña clásica, mi primer recuerdo de este título viene de mi infancia, cuando fue publicado por La sonrisa vertical en los años noventa. Esta colección de Tusquets abarcaba historias eróticas y comenzó en los años setenta, apareciendo su última entrega en 2014. No creo que hasta El necrófilo (1972), hubiera visto la luz en ella una narración acerca de una faceta tan oscura y escabrosa como es la necrofilia.

Y me preguntaréis qué es lo que podía esperar con semejante título, que ya deja claro el tema del relato. Pues os diré lo que no esperaba: un diario en primera persona, redactado con un detalle entre lo poético y lo obsesivo, que atrapa al lector en la mente de un coleccionista -y agresor de cadáveres-, al que se ve obligado a acompañar en sus aventuras amorosas con los que ya no respiran.

Entrar en detalles puede ser una bomba, herir sensibilidades, pero no puedo negar la habilidad narrativa de Gabrielle Wittkop (1920-2002), tan perturbadora y aristocrática, a la que nombran heredera de autores como el Marqués de Sade, Lautréamont o Edgar Allan Poe. En esta bellísima edición de Cabaret Voltaire (2022) se incluyen las ilustraciones de la escritora y la traducción la lleva a cabo, de manera impecable, Lydia Vázquez. Sin duda, no es una obra para cualquiera, pero cualquiera que la lea tendrá que bailar el más inquietante y exigente vals lector. La maravilla literaria se nutre de la banda sonora de nuestras más horribles pesadillas.
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