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Ya era hora de cerrar la lectura de esta trilogía y despedirme de Arturo Keller y de ese mundo fascinante y desgarrador construido por el maestro Don Winslow. No sé si hacerlo en medio de una gastroenteritis y una infección de garganta fue la mejor opción, pero tengo claro que mi periodo de enfermedad y convalecencia me regaló las horas necesarias para leer estas casi mil páginas. Arturo Keller, héroe y protagonista, comparte foco con otros personajes en esta última entrega. La lucha contra el narcotráfico no cesa, pero deberá hacerle frente desde otro escenario. Allí se encontrará con nuevos problemas, retos y situaciones que lo llevarán hasta las altas esferas de la política estadounidense y su relación directa con el mundo del crimen. Trepidante, emocionante, una historia para devorar, y al mismo tiempo aterradora, terrible y dolorosa porque a través de la ficción reconocemos personajes, sucesos y situaciones que son reales, que superan en horror a la misma ficción. La guerra sangrienta de los cárteles por el control de las distintas plazas, la presidencia de Trump, los jóvenes asesinados y desaparecidos en Ayotzinapa, los asesinatos a periodistas y activistas, los bancos y fondos de inversión financiados con dinero del narcotráfico, la crisis del fentanilo…, todos estos temas de la realidad caben aquí y Winslow les otorga un sentido y una dirección. El trabajo de investigación sobre la cultura mexicana y la forma en la que este pueblo se conecta y relaciona con el mundo estadounidense es enorme y se nota hasta en los más pequeños detalles. Una de la premisas es que estamos condenados a entendernos porque el problema del narco es un problema de ambos, es una bestia que se alimenta desde los dos lados de esta frontera brutal. Un buen cierre para una trilogía titánica en todos sentidos. Un cierre que a pesar de la dureza de su temática, da siempre pie a la esperanza, apelando a todos aquellos que han levantado la voz para denunciar y hacer frente a un problema que parece no tener salida. No callarse aunque parece que nadie escuche. Salir y buscar a los que tengan voluntad real para hacer las cosas de manera diferente. En La frontera, Winslow lleva a Keller a las altas esferas de la política estadounidense. Desde esta nueva óptica conoceremos otro aspecto dentro del entramado de las sociedades criminales: la ruta final de los millones. También acompañaremos a otros personajes, representantes de todas esas víctimas anónimas que deja a su paso el mundo del narco. El pequeño Nico y su amiga Flor, y Jackie, una joven enganchada a la heroína. Otro aspecto de este universo criminal que no se le escapa a Winslow es el de “los herederos”. Hijos de los grandes capos de la vieja escuela que van heredando el poder tras la muerte o el encarcelamiento de sus padres. Con presencia en redes sociales, esta nueva jet set criminal es aún más violenta y posee menos escrúpulos. Y en esta nueva configuración de poder, que era de esperarse tras el final del segundo libro, aquí encontraremos más “cambia capas” por segundo que en cualquier libro de la saga de Canción de Hielo y Fuego. Disfruté y padecí La frontera, pero me agarró con fuerza y no me soltó, ni siquiera en mis peores días de convalecencia. Me acompañó, me estrujó la entraña, ya de por sí muy jodida, y me enfrentó, desde la ficción, a una realidad que a veces intento no ver, pero que está aquí, cruzando la puerta de mi casa. No suelo huir ni satanizar las emociones consideradas “negativas”. La desazón tenía que llegar, y está bien. El dolor, la rabia, la impotencia, también son expresiones que nos hacen humanos. Y no quiero con esto aterrorizar a nadie y que huya de esta trilogía. Son libros emocionantes, voraces, explosivos. Hasta la próxima aventura, señor Winslow. Excelente primavera, amigos lectores. |
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