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ISBN : 8496914062
Editorial: Port-Royal Ediciones (01/03/2010)

Calificación promedio : 4.5/5 (sobre 1 calificaciones)
Resumen:
En Las aguas del imperio, el protagonista recorre buena parte de Rumanía: Cluj, Hunedoara, Sibiu, Brasov y sus alrededores (Sinaia, Bran, "Las siete escaleras", Râsnov), Bucarest, Constantza y sus alrededores (Mangalia, Neptuno, Adamclisi), sus paisajes y sus monumentos.

La geografía rumana y húngara (también en Budapest) recorrida se convierte, al mismo tiempo, en el mapa anímico del viajero, cuya búsqueda va ensanchándose a otras dimensiones históri... >Voir plus
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Críticas, Reseñas y Opiniones (1) Añadir una crítica
WSinclair
 10 June 2020
Hacer una reseña de esta novela, exquisitamente editada por Port-Royal, es adentrarse en una sobrecogedora vastedad literaria, artística y creativa. Ya ha sido referida esta novela como “de difícil clasificación”; y nosotros, más por ánimo de prudencia que por apariencia de entendimiento, nos adscribimos a tal calificativo. Por otro lado, sería una áspera e infructuosa tarea argumentar por qué esta obra es una novela de viajes, o una novela lírica, o una novela filosófica, o una novela espiritual-iniciática, o una novela histórica… Sea todas ellas y, a la vez, ninguna.

El autor desconocido, Sir Henry Willowy, ha labrado una novela tan misteriosa y sugerente como el seudónimo con que la firma. Compuesta por dos libros, Las aguas del imperio narra los descubrimientos internos de la joven Hadriana y el romántico profesor Eduardo, ambos viajantes en una Europa que amenaza con olvidar la sabiduría de los imperios antiguos. Italia y Rumanía, Roma y Dacia, son los dos reinos donde la acción (tanto la material como la espiritual) tiene lugar. El libro, sin ningún disimulo y hasta con orgullo, destila un profundo respeto y compromiso con la historia, la cultura y las gentes rumanas. Esta tierra, mantenedora de conocimientos aún no profanados por los influjos de la mezquindad, parece el fantasma de un latente esplendor espiritual que la Humanidad ha de recuperar.

Partiendo de un conocimiento sacralizado y de un afán divinizador del nous humano, las referencias culturales menudean en la obra, adaptándose con naturalidad al caudal de la narración. No hay página en la cual, como consecuencia de los acontecimientos, no se mencione alguna deidad romana, alguna inteligencia genial o alguna creación sublime que haya jalonado la historia del ser humano. Es de loar el esfuerzo del autor por describir las principales obras arquitectónicas de Rumanía, las cuales retrata como si de un guía turístico, bien versado en conocimientos sobre Historia del Arte, se tratara. Es precisamente en estos lugares donde la magia, los sueños y la realidad espiritual adquieren protagonismo: gnomos, silfos, ondinas, nereidas… atrapan el sentir del lector y lo hacen partícipe de un ensueño, de una lírica visión, de un misticismo cotidiano y acogedor. “La vida también coincide con los sueños”, se afirma en un punto de este viaje literario.

Muchas son las esferas temáticas que se entrelazan durante el desarrollo de la trama, y otros tantos los asuntos que preocupan a sus protagonistas. No son extrañas las conversaciones y soliloquios sobre filosofía, historia, ocultismo, moral e incluso política; aunque, sin lugar a dudas, el Arte y el Amor, ambos girantes e inextricables en una misma danza, son los verdaderos protagonistas nucleares de la novela. Así, Las aguas del imperio se torna una cima privilegiada donde confluyen y desde donde pueden contemplarse todas las bellas artes que elevan al ser humano a las más altas cumbres del espíritu: literatura, pintura, escultura, danza, arquitectura, música, cine, fotografía… todas encuentran un lugar entre estas páginas, las cuales, con cierta frecuencia, nos sorprenden con fotografías de rincones descritos en la novela, así como con versos escritos por sus protagonistas. Sirvan de ejemplo estos haiku, pretendidamente compuestos por Eduardo y muestras del hondo sentir lírico del autor:

Un velero en las aguas.
Avanza como un dragón el crepúsculo.
Es devorado el Danubio.

La luna precoz
-rueda de luz-
sobre la colina del Tâmpa.

Es notorio, a su vez, el amor de Sir Henry por todas las lenguas y culturas, así como su afán de comunión entre todas ellas. Esto queda plasmado en algunos poemas presentes en la obra y que, por el fluir de los acontecimientos narrativos, son traducidos a otras lenguas (y reproducidos como tales), como el rumano o el francés. Queda así de manifiesto el carácter acrisolador de esta obra, que, como una inmensa biblioteca guarecida de las tempestades, procura salvaguardar una importante fracción del acervo cultural, artístico e histórico de la Humanidad a la que trata de rescatar de la inercia materialista. Durante una lúcida reflexión, el protagonista llega a darse cuenta de que “la esencia de los acontecimientos cruciales se podría detectar viajando atrás en el tiempo, sintiendo los impulsos emocionales de las antiguas gentes”.

El Amor se alza, pues, como la fuerza salvadora de todo ser humano. Las aguas del imperio aspira a un amor espiritualizado, desprendido, libre de todo deseo y egoísmo, que se hunde en los arquetipos más profundos y reveladores de nuestra especie. La diosa Diana aflora como Madre de un amor sencillo, casto, alegre, que se contenta con la felicidad pequeña, transparente, que no busca la ostentación sino la adecuación a las normas de lo divino, eternamente abrazado a la naturaleza y a lo bello. de nuevo, los versos del propio Eduardo son reveladores a este respecto:

En su corazón se presiente
la soberanía escondida
de una reina genial
a la que rinden homenaje
faunos silvestres y dríadas
de un bosque otoñal.

y también:

Ella se alegra de los agradecidos
que celebran como dádiva suya
toda la belleza del mundo.

La novela, rica como para no agotarse tras las mil y una lecturas, es una advertencia y una llamada. En un momento dado, el lector asiste a esta grave aseveración: “Los seres humanos han ensuciado tanto con su necia costumbre las aguas, que las nereidas y los príncipes de las aguas se mantienen distantes”. Quizá sea cierto; he ahí la advertencia. Sin embargo, la llamada de las alturas florece con la gracia de los dioses, con la nobleza de los reyes, con la inmortalidad de los imperios:

siento y venero a la eterna
diosa Atenea que vence.
Enlace: https://dariomendezsalcedo.w..
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