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Crítica de Guille63


Guille63
27 March 2023
“Guárdese cada uno de su compañero, y que en ningún hermano tenga confianza” (Jeremías 9:4)

Permitidme que empiece por un lugar común al hablar de este libro pues realmente nada de lo que yo pudiera decir acerca de su estilo lo expresaría mejor. Gass camina en esta novela acompañado a su derecha por el ruido y la furia de William Faulkner, con el que comparte algo más que la gran exigencia que se demanda del lector, algo más que los paisajes y los tipos de hombres y mujeres que los recorren, esos capaces de incluir a su mujer en un trueque por una bandada de gansos, esas que se preocupan por el cansancio del médico que acaba de cortarle las dos piernas a su hijo y le ofrece una taza de té. Y a la izquierda de Gass encontramos nada más y nada menos que al Ulises de Joyce, aunque en este caso sí hallaremos una historia detrás de tanto sortilegio y algarabía, algo que no creo posible decir del libro del irlandés.

“Uno no da con un estilo intentando dar con uno. Un estilo te sobrevenía, crecía en ti como el buen o el mal carácter. Tu estilo vendría a ser un reflejo de tu vida, pero solo en tu escritorio”

Y aunque, como casi siempre, esa forma es lo importante, lo espectacular, lo deslumbrante, una forma que en mi caso ha significado una montaña rusa que me llevaba del goce (cinco estrellas) al desconcierto (una estrella menos) casi en la misma página, la historia me fue tan atractiva como mítica es: la de Caín y Abel, un relato en el que alguien agota sus fuerzas por conseguir lo que otro consigue sin esfuerzo alguno y sin consciencia de haberlo conseguido, en el que alguien acude a un lugar, Gilead, Ohio, en busca del paraíso y el otro llega huyendo del infierno.

“Los hombres, como todas las cosas, se resisten a su esencia, y buscan el dulce olvido de lo animal, un descanso de ellos mismo que no es más que una fácil falsificación de la muerte… Sin embargo cuando Adán desobedeció, prendió en nuestras cabezas este sol. Ahora, como el más lento de los gusanos, sentimos; pero como el más poderosos de los dioses, sabemos.”

Jetrho Furber, el párroco que llegó al pueblo escapando de la tentación que, aun así, trajo consigo, que creció leyendo en el antiguo testamento “cómo lapidaban a un hombre por recoger ramas en Sabbath…como las hijas de Lot yacieron con su propio padre borracho; cómo el Señor destruyó Sodoma y trajo el diluvio.. cómo el señor aniquiló a los primogénitos de los egipcios…”, que siente a este mundo como algo ajeno, es nuestro Caín.

“… podría haber predicado en Cleveland para feligreses de casas de ladrillo, para mujeres hermosas sobre la riqueza y el mal… Las damas pudientes saldrían excitadas de la iglesia… disfrutarían de cada pecado que su prédica hubiese sugerido… colocarían, a su sacerdote, en vulgares posturas; lo violarían sobre altares ornamentados o en el piso de los reclinatorios; lo instarían a buscar las caricias de los niños pequeños, desnudos bajo sus túnicas del coro, todavía húmedos y tibios de sus baños.”
Omensetter es nuestro Abel, o el Adán que todavía no ha comido del árbol de la Ciencia, del bien y del mal, la prueba irrefutable de que todo sobre lo que había construido Furber su vida, todo lo había predicado, lo que había logrado con tanto esfuerzo, era falso.

“Brackett Omensetter era un hombre ancho y feliz... reía con una risa profunda, fuerte, amplia y feliz siempre que podía, que era a menudo, un buen rato y con alegría… no era mejor que un animal… pese a su tamaño, por dentro no era gordo; no había apretujado el pasado alrededor de sus huesos, ni metido el alma en manteca.”

En medio de estos dos personajes, está quizás el hombre común, Henry Pimber, aquel que vivía en los fundamentos de Furber y que vio como la tierra se movía bajo sus pies al llegar Omersetted, el espejo en el que se vio y cuya imagen no pudo soportar, como no pudo soportar la lenta muerte del zorro que quedó atrapado en el pozo.

“Henry no estaba preparado para alguien como Omensetter… todos esos años había vivido consigo mismo como un extraño, y con todos los demás… la vida se elevaba con ansias como esa humedad a la que el calor agrada… Henry había renacido ahora en aquel cuerpo danzante… todo este tiempo he sido mi muerte y mi sepelio, mi propio pozo seco.”

Un libro difícil, sí, a veces solo oirán la música sin entender muy bien la letra, pero será una música que les llevará en volandas a otros terrenos más abiertos y luminosos, si es que algo así se puede decir de esta sombría novela. Leanla.


P.D. Un gran cierre a la novela es el epílogo en el que Gass cuenta cómo un compañero y supuesto amigo le robó el manuscrito de la novela de su despacho y cómo tuvo que reescribirla prácticamente desde cero. Un compañero que, parece ser, vivió parasitariamente del trabajo ajeno durante mucho tiempo.

P.D.D. Otra cosa sobre la que quiero llamar la atención es la traducción. No puedo saber el grado de fidelidad que la obra en castellano mantiene con el texto original, pero el resultado, sea como fuere, es soberbio. Enhorabuena a Ce Santiago.
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