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Leer a Wilde siempre es un placer, siempre irónico y en esta ocasión crítico con la burguesía londinense de finales del siglo XIX, que vive por y para guardar sus apariencias. Es una obra de teatro ligera, escrita con la maestria propia del autor y sin florituras, directo al "grano" sin buscar recrearse ni abusar en exceso de descripciones o detalles, fácil lectura, dialogos excelentes, se lee en un ratillo y se disfruta mucho. Pero en tan corto relato, retrata muy bien como un mal entendido hace sacar a relucir los miedos al que dirán, la preocupación por las apariencias sobre toda otra causa, la hipocresia, una crítica sublime y muy acertada de las "normas" que la burguesía británica se autoimponia para, ante todo, mantener un estatus y apariencia impoluto ante los demás |
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