El Abanico de Lady Windermere

¿Qué habría sido de mí, de haber nacido en el Londres victoriano?

Aquellas fiestas llenas de hipocresía, falsedad, y cotilleos a las que nadie quería ir, pero todos necesitaban ser invitados.

Hoy es mucho más sencillo. El dentista o las extraescolares son las excusa perfecta para eludir esos cumpleaños donde ni a tu hija ni a tí te caen bien ni la homenajeada ni sus parientes cercanos.

El abanico de Lady Windermere es una obra de teatro de argumento aparentemente sencillo pero que esconde una crítica llena de ironía hacia aquella forma tan rancia de socializar.

Wilde maneja un lenguaje mordaz e inteligente tan visual como efectivo.
Sus diálogos son capaces de sumergir al lector en un conjunto de gestos, miradas y ambientación que no están descritos.

La obra, en lo superfluo, no es más que un malentendido alimentado por la víbora cotilla de postín que encuentra en la cándida Windermere a la víctima de su ponzoña.

Este cuervo inspira en nuestra protagonista la infedilidad que su marido pueda estar cometiendo con una misteriosa dama, Mrs Erlynne.
En realidad las cosas son bien distintas, pero plantada la semilla, el enredo está servido y a partir de entonces todo ser humano se comportará como de él se espera.
De forma estúpida.

La prosa del autor es cuidada, elegante. No busca Wilde recargar el texto, sino la fuerza de la palabra bien escogida, colocándola además, en el lugar adecuado.

Una pequeña obra, sin demasiadas pretensiones que sin embargo alberga el buen gusto por la escritura y una ironía que en su época, a buen seguro, fue recibida con tantos aplausos como caras torcidas.