Todas las esquizofrenias

Si debo vivir con una mente a la que a veces le gusta perderse, también tengo que saber cómo amarrarla.

Resultó que el perdón no es una línea recta. Ni tampoco la sanación.

Se notaba que aquel santuario había sido erigido sobre la esperanza, que no es lo mismo que la fe: la esperanza es un sedal que se lanza en busca de un pez, mientras que la fe es la creencia de que no morirás de hambre o de que, si lo haces, es porque la tragedia entra dentro de los designios de Dios.

«La esperanza —escribo en mi diario— es maldición y bendición a partes iguales».

La imaginación ejerce un poder sobre la infancia del que carece cuando somos mayores.

Los humanos son los árbitros de los diagnósticos que se dan a otros humanos.

Un diagnóstico es reconfortante porque te proporciona unos parámetros —una comunidad, un linaje— y, si hay suerte, un tratamiento o una cura.

Para quienes convivimos con enfermedades mentales graves el mundo está lleno de jaulas en las que pueden encerrarnos

A veces se me fractura la mente y pienso que el té está envenenado o veo cadáveres en el aparcamiento. Pero luego vuelve a recomponerse y me convierto de nuevo en un ser reconocible.

Todavía está por verse el caso de que un diagnóstico lleve a una cura, o, ya puestos, a cualquier resultado que no sea una debilidad confirmada y, por tanto, impuesta