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Crítica de Inquilinas_Netherfield


Inquilinas_Netherfield
02 November 2020
Corren los años cincuenta del siglo pasado cuando nuestro narrador-protagonista, de nueve años y con problemas de salud, es enviado a Bearn, una aldea aislada en la isla de Mallorca. Allí descubre la independencia, la ausencia de reglas, la amistad, el amor... valores que se olvidan y mueren con la cotidianidad del día a día. En este escenario es donde el protagonista describe y sueña su remembranza, su nostalgia llena de color y de luz, hilada por los recuerdo de una infancia feliz y entrañable, pura y descontaminada del progreso, donde el suceder de la vida de sus aldeanos se sintoniza con los infinitos ciclos vitales y naturales.

Así pues, tenemos a un niño de nueve años (de quien desconocemos su nombre) en un paraíso aislado, sin normas y con todo el tiempo del mundo para corretear, jugar y aspirar un ambiente primigenio donde los niños se juntaban e imaginaban mundos mientras aprendían a ser adultos. Junto a Coloma, la hija de su nodriza, Joanet y Margalideta recorrerá y absorberá ese mundo que es su aldea, la Arcadia de su infancia, donde cada uno de sus habitantes era necesario, todos tenían su papel y su sitio para equilibrar el estatus quo de lo que es y de lo que parece que siempre tiene que ser.

Bearn es un universo escondido donde la nobleza, el equilibrio y la paz conviven con fuerzas oscuras y supersticiosas, necesarias para agregar y exteriorizar las culpas de las ausencias e inculturas de sus vecinos. Por un lado tenemos al herrero Xim, representante de la nobleza, la sabiduría y la fuerza, a quien el protagonista adopta como a un padre al que hay que imitar y admirar; por otro lado están las Comadrejas, brujas de mal augurio de las que hay que apartarse: si te relacionas con ellas, la desgracia caerá sobre ti.

Entonces pasan diez años durante los que el protagonista se marcha para después volver.

En esta segunda parte de la historia descubrimos a un joven narrador sin brío, desencantado y acomplejado que ha perdido la magia de su infancia y que se muestra incapaz de encontrarla en aquellos lugares donde antaño emanaba a raudales. Xim murió, Coloma y su madre emigraron; solo quedan Joanet, Margalideta y el vicario para ponerlo en antecedentes y responder a las preguntas de ¿cuándo? y ¿por qué? ha cambiado Bearn.

De la mano del protagonista volvemos a recorrer los mismos caminos y entramos en las mismas casas sustituyendo el encantamiento y el hechizo pasados por una pátina de nostalgia y el desasosiego de un mundo y una cultura perdidos. La sociedad de consumo ha llegado a Bearn, y con ella han entrado el desorden y el ruido; se ha desmoronado lo antiguo, rompiendo unos equilibrios que lo cambian todo para construir algo que ni de lejos se parecerá a lo que antes fue. Son las diferentes visiones que en Las Comadrejas se nos hace de un mismo lugar, donde el cambio y el fluir no parecen sentarle bien.

La preciosa edición de Ediciones Invisibles (y la maravillosa traducción de Juan Carlos Gentile Vitale) nos descubre a Llorenç Villalonga y nos regala una joya literaria costumbrista que anticipa el modo en que el progreso transforma el relieve de un pueblo así como la idiosincrasia y personalidad de sus habitantes, todo ello desde un punto de vista reflexivo e irónico que nos hace participes de esta evolución un tanto pesimista.

Las Comadrejas (1967) es una obra atemporal en la que hallamos y descubrimos valores eternos, héroes y antihéroes que construyen y evolucionan una sociedad, y en la que la sutilidad del autor nos hace ver distintas atmósferas en un mismo escenario, así como la transformación y el movimiento de los distintos personajes que tan sabiamente son hilados y dirigidos por el autor.
Enlace: https://inquilinasnetherfiel..
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