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Crítica de Guille63


Guille63
10 March 2023
«Nunca tuve suerte con las mujeres, soporto con resignación una penosa joroba, todos mis familiares más cercanos han muerto, soy un pobre solitario que trabaja en una oficina pavorosa. Por lo demás, soy feliz.»

Cómo no va a gustarme un libro que tiene tal inicio, como no va a gustarme este no-escritor de novelas que son ensayos o de ensayos que son ficción, atormentado por la inutilidad o la imposibilidad o la magnificencia inalcanzable de su oficio, que se cuestiona con Rimbaud si el arte no será en el fondo una tontería.

¿Por qué escribir? ¿Por qué no? Vila-Matas agrupa en torno a Bartleby (el célebre personaje de Melville que igualmente podría haber sido Wakefield, el famoso personaje de Hawthorne) a autores que se negaron a escribir o que callaron tras una o dos obras sobresalientes.

«Hablar -parecen indicarnos tanto Wakefield como Bartleby- es pactar con el sinsentido del existir. En los dos habita una profunda negación del mundo.»

Porque en paralelo al cuestionamiento de la literatura hay un cuestionamiento de la vida misma. Nuevamente Vila-Matas mezcla vida y literatura hasta transformarlas, para desgracia de los escritores, en una misma cosa. Pocos son aquellos que abandonan la literatura precisamente para abrazar la vida, la gran mayoría justifican su abandono por razones que de igual manera pudieran servir para contestar a ese famoso TO BE OR NOT TO BE, esa cuestión fundamental de la filosofía que decía Camus.

Así nos toparemos con escritores que se paralizaron ante el abismo inaccesible de lo que buscaban o a los que, por vagos, les parecía una tarea impropia, o a los que, por ineptos, se sintieron del todo incapaces de la tarea, o a los que, quizás por vanidosos, calificaron el oficio de despropósito. También están los que pensaban que la palabra escrita era del todo insuficiente o sus primos cercanos que necesitaban llegar a la raíz del asunto, encontrar aquello que no sabían qué era ni dónde buscarlo pero que aun así intuían que en el mismo momento en el que se toparan con ello se darían cuenta del sinsentido de la tarea.

Sin faltar los que aducen que sus obras no les pertenecen pues fueron escritas como al dictado o bajo el influjo de alucinaciones, o aquellos para los que la escritura se despoja de todo atractivo o necesidad tras la muerte del amante, o aquellos desmotivados porque ya se ha escrito todo, o aquellos que ven en la literatura la razón de su perdición, o esas mentes privilegiadas para las que la literatura es un juego demasiado fácil, desprecio de la literatura que puede venir acompañado por otro desprecio aún más hiriente, el dirigido al gremio de los posibles lectores.

¿Por qué escribir? ¿Por qué vivir? ¿Por qué dejar de escribir? ¿Por qué dejar de vivir? La respuesta posiblemente más inteligente y, al mismo tiempo, más estúpida es la que dio Jacques Vaché: «El arte es una estupidez»… y se mató.

Pero ninguna razón convence a Vila-Matas, obviamente, que argumenta, como años más tarde hará en su obra El mal de Montano: «escribir es una actividad de alto riesgo… la obra escrita está fundada sobre la nada y un texto, si quiere tener validez, debe abrir nuevos caminos y tratar de decir lo que aún no se ha dicho». Un argumento excesivamente aristocrático que no creo que fuera capaz de disuadir a mucha gente ni de su silencio ni de su suicidio. Y yo, que soy más bien plebeyo, prefiero quedarme con la frase de del Giudice: «Escribir no es importante, pero no se puede hacer otra cosa» o simplemente con el humilde objetivo de dejar atrás un trabajo bien hecho.

«Ayer me dieron la extremaunción y hoy escribo esto. El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir.» (Persiles. Cervantes)
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