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¿Cómo empezar a describir lo que este libro me ha hecho sentir? ¿Cómo se describe un libro con tanto matiz, con tanto que desgranar? Yo lo intento, pero no prometo nada. En «El Evangelio» nos encontramos con la historia de Lali, una estudiante de magisterio. Tras no entregar la documentación de elección de centro de prácticas a tiempo, la asignan a un colegio privado y religioso. No puede ser más contrario a lo que Lali piensa y siente, así que mientras evoluciona la historia se verá obligada a reflexionar sobre diversas cuestiones. En primer lugar, cabe decir que sentí muy dentro ciertos temas de los que se hablan: sobre las expectativas vitales y cómo nos castigamos si no las cumplimos, sobre el sistema educativo y la influencia que tenemos en los más pequeños (entraré en esto más tarde), sobre lo voraz del mundo y lo destructiva que es esa ansiedad que tenemos al pensar en el futuro. Es clave esa sensación asfixiante que supone entrar a la edad adulta y ver que tus ambiciones infantiles eran irreales, que el mundo está dispuesto a masticarte hasta los huesos. Otra clave se encuentra en una realidad incómoda: que el ser humano somos pura contradicción y que de eso no podemos escapar. Lali se encuentra inmersa en estas contradicciones y las acepta, aportando una voz introspectiva pero a la vez sabia. Una voz que reconoce, que denuncia, que cuestiona y que claudica. Es muy humano, muy complejo y a su vez sumamente interesante. Y qué decir de su pluma maravillosa: directa, sin tapujos, realista, sucia y cristalina (sobre todo en aquello relacionado con la sexualidad de la protagonista), con un deje de humor repleto de sarcasmo. A su vez queda impregnado de una cierta sensación de nostalgia hacia la época dosmilera en la que se desarrolla y cuyas referencias incluye: sus terribles tiros bajos, la Superpop, los peinados, el maquillaje, las pipas en el banco del parque más cercano. No quiero terminar esta reseña sin señalar el aspecto que indudablemente me ha gustado más: todo lo relativo a la educación, a cómo Lali ve a los estudiantes y sus ganas de potenciarlos y quererlos, a las puertas que se abren al hablar de temas incomodísimos que quizá deberían hablarse más. ¿Qué hacemos con los niños problemáticos? ¿Hasta qué punto podemos influenciar con la docencia? ¿Cómo lidiar con la certeza de que un buen ambiente en casa crea niños sanos y felices, y que no todos lo tienen? Y es que en estas páginas hay un espíritu furioso de lucha, de reconocer ser parte de un sistema pero no querer terminar de agachar la cabeza. Y es tan triste y tan bonito ser consciente de la propia fragilidad que no puedo hacer nada más que insistir en mi recomendación de esta novela. Convertiros al Evangelio. |
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