Esta es la historia de un tronco familiar que se resquebraja y de cómo se va secando sin el alimento de la savia de respeto, cariño, comunicación y alegrías. A pesar de su dureza la voz de Alaíde Ventura te acaricia mientras te la explica mediante frases y capítulos cortos, que expresan mucho pese a la brevedad, escritos como flujos de pensamiento y emociones que van evocando fragmentos de la memoria familiar con la ayuda de un diccionario personal y una serie de instantáneas. Leer este libro es doloroso y remueve. Ningún niño tendría que sufrir la violencia dentro de su hogar —una violencia que, a pesar de acabarse los maltratos, siempre resonará, ya que los desgarros y los traumas inacabables que provoca no son solo físicos y esas heridas no cicatrizan. Hay muchos silencios en estas páginas. El dolor está del lado de lo incomunicable y el protagonista ha optado por refugiarse en el silencio para acallar el dolor, pero no se pueden silenciar las almas heridas por cuyas grietas se infiltran la soledad, el miedo y la culpa. |