La verdad está llena de matices, a veces tan sutiles que solo algunas almas privilegiadas pueden captar. Amor Bowls nos lleva por ese camino de lo sutil entre zarzas. Capaz de pintar la Rusia de los zares y su caída a manos de los bolcheviques sin un solo brochazo grueso. Sin embargo, la calidez del hotel Metropol, donde se desarrolla casi toda la novela, no impide sentir el frío del nuevo régimen. Su locura. Esa Rusia empeñada en maltratarse a pesar de su inconmensurable grandeza. Rostov, nuestro héroe, es el hilo conductor para adentrarnos en la historia, la cultura, el pensamiento y el sentimiento de un país capaz de llevar al extremo la belleza sobre una novela, un escenario o una basílica y, al mismo tiempo, colocarse en sus antípodas, llenas de edificios monstruosos donde la fealdad se apodera de todo y de todos. El segundo tiempo del Cascanueces y el gulag. Las cúpulas de formas y colores increíbles y los bloques de hormigón. Anna Karenina y la dialéctica comunista. Todo, una vez más, salvado por el amor. El filial, el que se tiene a los amigos y el que se dan los amantes. También el amor a los enemigos, que es el amor a Dios. Y a la patria, siempre a la patria, que los incluye a todos. |