El jardín de vidrio

A veces nos topamos con autoras especiales como 𝘛𝘢𝘵𝘪𝘢𝘯𝘢 𝘛𝘪𝘣𝘶𝘭𝘦𝘢𝘤, que son capaces de crear historias e integrarlas en nuestro sistema circulatorio. Desde que leí El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes no pude resistirme a leer algo más de ella. Me fascina como utiliza una prosa tan delicada y poética para contar historias duras y desgarradoras.

𝘌𝘭 𝘫𝘢𝘳𝘥í𝘯 𝘥𝘦 𝘷𝘪𝘥𝘳𝘪𝘰 está protagonizado por una niña que desde su infancia es obligada a trabajar (durante los peores años de la etapa comunista de Moldavia) recogiendo botellas vacías en un entorno hostil donde prima la violencia y la lascivia.

Tal y como ha confesado la autora, el libro no solo es reflejo de sus propias vivencias personales, si no que se puede leer desde dos perspectivas diferentes. Por un lado, desde la perspectiva de esa niña sin padres y criada por una desconocida. Por otro, como una alegoría de un país abandonado y custodiado por extranjeros que no tiene muy claro de que bando forma parte. Todo ello, a través de capítulos cortos e intensos que terminan conformando una extensa carta hacia esos padres que nuestra protagonista nunca tuvo.

El egoísmo, el desarraigo, el valor de la identidad y de la lengua, la maternidad no escogida, el abuso al que están sometidas las mujeres, o el abandono son algunos de los temas que se tratan aquí. Tatiana, con la labor de una costurera, logra hilvanarlos todos con un hilo de fortaleza surgido de la capacidad del ser humano para encontrar belleza en lo miserable.

Y este es el mensaje que se queda conmigo, aunque quizá no sea el que la autora pretende trasmitir. Pero es que a veces nos sentimos tan abrumados por la tragedia y los malos recuerdos, que solo necesitamos detenernos un minuto, respirar, y contemplar la luz que atraviesa nuestro pequeño jardín de vidrio.