Gambito de dama

Gambito de dama es la gloria en lo más alto y la decadencia con la que uno tropieza al subir. Es agonizantemente depresivo, pero también está espolvoreado con esas notas de poder alzarse ante las adversidades; es la oscuridad de la noche más profunda y los monstruos que aguardan tras los pensamientos y también es la ajedrecista (ficticia) más gloriosa que haya existido.

El caos y la desesperanza más descarnada es lo que duele, lo que arranca poco a poco heridas en la protagonista y crea un hueco oscuro en el lector, un hueco que se llena con pesar y la dificultad para respirar porque es tan real y tan descorazonador que es imposible no sentir teniendo un corazón dentro.

La esperanza en este libro luce de otra manera, brilla como un diamante en bruto, ese que sabes que hay que trabajar mucho aún para que realmente pueda llegar a destellar alguna vez. Es una vana esperanza de pensar que se puede avanzar cuando, lo único que tienes, es seguir siendo mejor que los demás.

Beth vive en esa espiral desde que acabó en un orfanato tras la muerte de su madre: un orfanato en el que se prefería tener a los niños callados y obedientes sin darles el valor que realmente merecían.
No sabría muy bien cómo hablar de este libro más allá de la confusión de sentimientos contradictorios que me ha producido, aunque todos ellos en uno de los extremos, dándome una lectura llena de altibajos que he vivido junto a la protagonista con la emoción de subirme a una montaña rusa y subir, subir cada vez más alto, para después bajar en picado. Incluso la caída tenía sentido.

Y el final, aunque me ha dejado un poso amargo en el corazón, creo que no podría haber sido de otra manera.