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Cuando leo un libro, suelo tomar notas que repaso brevemente antes de hacer una reseña. Las de este no las he encontrado y me ha entristecido al principio, porque os hubiese querido hacer una reseña a la altura de esta historia. Pero después de pensarlo, creo que no tomé notas esta vez porque me gustó tanto que no quiero recordarlo, tan solo temblar al revivir el viaje al pueblo de Fresneda. Tal vez mis apuntes los devoró la niebla. Tal vez los guarde Candela, donde quiera que esté. Es una sensación extraña que, cada vez que intento escribir o hablar sobre este libro, sea como recitar en silencio una liturgia del escalofrío, esperando a que el Silbador me lleve con él. En Fresneda conoceréis la historia de Claudia y su gemela, y de cómo hay lazos que perviven mucho más allá de la muerte. Una historia de supervivencia personal, de cómo enfrentarse a esas situaciones inevitables que nos anclan los pies y nos atenazan el cuerpo entero. No hay peor miedo que el miedo a vivir, a aceptar los cambios y despedirse de todo lo que amamos, aunque el horizonte esté cargado de promesas y esperanza. Hay libros que tocan notas de nuestro corazón que habíamos olvidado, este para mí es uno de esos libros especiales. Tanto, que creo que no me lo merezco. Puedo contar con los dedos de una mano las veces que sonrío y lloro al mismo tiempo reseñando. No me avergüenza confesaros que esta es una de ellas. Cuidado con la niebla, me escribió Marina en la dedicatoria, tal vez sin saber que vivir en esa niebla, aislados, rodeados de incomprensión, es un lugar al que algunos estamos habituados. Volver con ella, lo ha hecho más llevadero. Hay muchos tipos de historias, pero las que de verdad valen la pena son aquellas que, como el rastro amarillo de los lirios, se quedan entre las uñas después de dejarlos en el cementerio y pasan días antes de que desaparezca. Es mejor así. Es mejor que todo duela un poco más. Esas son las historias que nos acompañan para siempre, sin la necesidad de tener que revisar notas |
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