Nacionalismo

La peor forma de esclavitud es la falta de esperanza, que encadena a los hombres a la pérdida de fe en sí mismos.

Lo que agobia al mundo moderno es esa continua, descomunal y fea mirada inquisidora, el peso muerto de lo inhumano con el que se obliga a cargar al ser humano vivo. No solo las razas subyugadas, sino también ustedes, que viven creyendo que son libres, sacrifican cada día su libertad y su humanidad al fetiche del nacionalismo. Han elegido imponer el ambiente cargado y tóxico de la sospecha, la codicia y el pánico a escala mundial.

Porque el idealismo egoísta tiene que mantenerse ebrio con dosis constantes de autobombo. Ahora bien, los desagradables vicios que en su propia vida parecen naturales e inocuos le sorprenden e irritan cuando los constata en otras naciones.

La idea de Nación es una de las drogas más potentes inventadas por el hombre. Bajo sus efectos, el pueblo entero puede poner en práctica su programa sistemático de egoísmo virulento sin tener la menor conciencia de la perversión moral que entraña; es más, si se le indica que es así, puede volverse peligrosamente rencoroso.

De mantenerse indefinidamente esta situación, si seguimos acumulando armamento hasta el absurdo, si las máquinas y las fábricas siguen sepultando a este hermoso planeta en mugre, humo y fealdad, acabaremos en una conflagración suicida. De ahí que los hombres deban hacer uso de su capacidad de amar y su clarividencia para realizar un nuevo y gran ajuste moral que abarque al mundo entero y no solo las distintas nacionalidades.

En los llamados países libres, la mayoría de las personas no son libres; una minoría las dirige hacia una meta que ni siquiera conocen. Esto solo es posible porque la gente no tiene como objetivo la libertad moral y espiritual.