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Habana Año Cero tiene lugar durante los últimos estertores de la Guerra Fría, con la verdad tras la invención del teléfono como McGuffin, en la Cuba de principios de los 90. La verdad es que, la palabra que mejor define esta obra es ligera, pero no en un sentido peryorativo, sino más bien al contrario. Desde el principio, la narración te engancha y te lleva de un capítulo a otro sin que apenas te des cuenta, con un estilo narrativo ameno, pero no exento de detalles, a lo que ayuda la narración en primera persona, cortesía de Julia, la protagonista. La historia arranca con Julia, embarcándose junto a su mentor, Euclides, en la búsqueda de un documento que probaría que la invención del teléfono fue obra del inventor italiano Antonio Meucci en la Cuba del siglo XIX. A esta búsqueda se unen otros personajes que, por un motivo u otro, quieren hacerse con el documento. Sin embargo, esta búsqueda es para estos personajes una vía de escape, ya sea del panorama económico y social de Cuba durante el Período Especial, o de la insatisfacción que provoca una vida carente de objetivos. Conforme avanzamos por la trama, vemos como el interés en este documento es más personal que económico o científico. En términos generales, la trama es entretenida, y los personajes entrañables. Sin embargo, conforme se supera el ecuador de la novela, se entra en un bucle de revelaciones que se hacen cada una más predecible que la anterior, haciendo que vaya desapareciendo el interés por los personajes (no sucede lo mismo con la historia de Meucci). Aun así, a pesar de los pequeños tropiezos de su tramo final, esta es una novela muy disfrutable, que he podido leer por cortesía de Masa Crítica |
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