Historia de Shuggie Bain

Lo que pasa es que la mina lleva años de mal en peor. Ya no da trabajo a casi nadie. Cada año que pasa hay más hombres que se quedan en casa haciéndose pajas todo el santo día.

A los funcionarios públicos de clase media y a los expertos en planificación urbanística les había parecido un golpe de genialidad el circundar la ciudad de nuevos distritos y viviendas baratas. Un trozo de césped y un atisbo de cielo y adiós a los males de la urbe, o eso suponían.

Pase lo que pase tu no te rindas; por ti, por ellos o por quien sea. Pero no te rindas. Las madres no lo hacen, no se rinden.

Quitando un poco de aquí y otro tanto de allá, podría comprar esto o lo otro. Eran las matemáticas de las madres.

Las últimas vacaciones que habían disfrutado casi todas estas mujeres fueron en el área de maternidad del Stobhill.

Si tenía que morir, mejor que fuese con las botas puestas. Pensó en la cara que pondría Agnes cuando lo encontrasen sin ellas...

Shuggie le compraba a menudo medias nuevas. El orgullo no le permitía a Agnes salir de casa con un par roto, así que el chico se aprendió la talla exacta y el color que a ella le gustaba. En todos los recuerdos que tenía de su madre, tanto en los alegres como en los tristes, había invariablemente unas Pretty Polly negras semitransparentes.

Bajo el agua, el mundo se detuvo. Un rostro deformado apareció por encima de la superficie y le sonrió. El nudo de rabia que tenía dentro se deshizo, luego se tiró un pedete y salieron unas burbujas enormes.

-Es una larga historia. Antes has hablado de unas botas hechas de exmaridos, ¿no?
-¿Me estás diciendo que debo tener cuidado?
-Bueno, hay quien dice que soy una mujer divorciada buscando un bolso a juego.

¡Dónde se ha visto un hombre que sepa la talla de sus hijos! Y que encima les compre ropa.