Soy éxodo y llegada

En la poesía de Natalia Sosa hay anhelo, ruptura y orfandad, y todas ellas se despliegan en tantos sentidos como son posibles; hay un anhelo de la libertad que no se tuvo, una ruptura con el amor, con la propia vida, y una orfandad de una mujer que se ve obligada a ser apátrida por todo ello. Su obra, directamente marcada por una guerra y una posguerra que anularon la posibilidad de expresar su identidad, es, en palabras de Blanca Hernández Quintana, la obra de una historia silenciada.

Y es que en sus poemas hay un silencio, cada vez más presente, que se va adueñando de todo, menos del verso. Un espejo que devuelve un reflejo cada vez más extraño, más cano y arrugado. Una amada que tan pronto es refugio como causa de naufragio. Un dolor que a día de hoy podría tener un nombre bien diferente al de locura. Un cristal que permite ver el exterior al tiempo que actúa de barrera.

Y a pesar de todo ello, de la frustración y la desprotección, encontramos un alma sensible que busca, un árbol que florece después del paso de diciembre, una mujer que sueña o la vista de una hiedra que consigue lo que la poeta anhelaba: emprender la marcha y ascender.

Sosa intenta descubrir en la naturaleza, en su entorno, en su perra Yara, algo que le muestre por fin y de manera irrefutable su lugar en el mundo. de la misma forma que su poesía es éxodo y llegada, también es búsqueda y espera. Y en ese esperar buscando va escribiendo, riendo, contando, gritando y llorando con la palabra.

«Soy socialista, lesbiana, cristiana y escritora. Mis ideas abiertas de izquierda no comulgaban con la derecha franquista cerrada.» decía Natalia. Pero con nosotras su poesía sí comulga, nos arropa, aprieta y roba un poco el aliento.