Euforia

Me había convertido en el paisaje que se miraba todos los días al coger el autobús o el tren, que ya no provocaba nada cuando se pasaba por delante. Un plano que se ignoraba, un filtro en la mirada que eliminaba lo de siempre, la rutina automática que se hacía sin pensar.

Cuando tenías cerca algo significativo, al final acabas ignorándolo. No sabía si ocurriría lo mismo en el resto de países. Si quien viviera al lado del Louvre o del Vaticano omitiría sus visitas y no repararía en la belleza y el privilegio de estar próximo a un monumento tan emblemático.

Había una belleza oculta que estaba viva y que nunca desaparecía, solo cambiaba de medio, de apariencia. Nos daba tiempo para poder prestarle atención algún día, una vez estuviéramos preparados. Era una belleza colateral, la debíamos buscar cuando el dolor se hacía insoportable; siempre estaba.

Tenemos que quemar nuestros puentes para dejar de saltar por ellos.