Los ingratos

[Veníamos del silencio.
Íbamos hacia el ruido más absoluto.
Éramos ese viaje de sordos.
Nosotros.
Desmemoriados. Olvidadizos. Amnésicos. Desagradecidos.
Los que nunca te dijimos siempre.
Los que siempre te dijimos nunca].

Y aquí me rompí. Aquí fue cuando este libro se me metió en las entrañas, haciendo que los personajes de David y Emérita siguieran resonando en mi cabeza semanas después de su lectura. Me emocioné muchísimo leyendo Los ingratos, cuando lo terminé tenía el corazón encogido. ¿Por qué a veces nos cuesta tanto decir «gracias» o preguntar un simple «¿cómo estás?» o decir «te quiero»?

Leer Los ingratos es volver atrás en el tiempo, a una época que asocio a mis padres de jóvenes. Unos años donde no había tecnologías, donde los niños jugaban a la pelota en la calle hasta que te llamaban para cenar, donde la maestra o el maestro eran los más respetados del pueblo, donde si no querías estudiar te ibas a trabajar, donde no se desperdiciaba nada y todo servía para algo, donde no había comodidades…

Pocas cosas me han tocado la fibra sensible como lo han hecho los personajes de este libro. La relación de David con su niñera, la famosa Emérita, es tan especial, bonita y tierna que te llega directamente al alma. Hay escenas de este libro que me produjeron un desasosiego… ¡qué ganas de llorar! No os miento si os digo que este libro me ha dejado mucha resaca. Y no, no es un libro especialmente triste, aunque sí te deja un sabor agridulce al final.

En definitiva, Los ingratos es un libro hermosamente escrito que rezuma nostalgia y ternura, invitándote a reflexionar sobre esas Emes que han pasado por nuestra vida o que siguen todavía en ella. Me ha recordado un poco a Las gratitudes de Delphine de Vigan. Aunque el argumento difiere mucho, puede llegar a transmitir las mismas sensaciones.