"Nos rezaban que cuatro esquinitas tenía mi cama y que cuatro angelitos nos la guardaban, pero mi cama por lo menos tenía cinco. Y uno de ellos era una señora de campo que pinchaba cuando te daba un beso." Hay novelas que no tienen la popularidad que se merecen, llegan a través del boca a boca o por una recomendación indirecta, pero se establecen en tu recuerdo gracias a la sencillez, ternura y empatía con las que están narradas. Esa generación que no tiraba ni una miga de comida porque no hacía tanto que se había pasado hambre nos pilla tan lejana y a su vez tan cercana como la memoria de nuestros familiares que ya no están. Los ingratos son una generación de personas que nos legaron un mundo más amable sin pedir nada a cambio. Una novela reflexiva que es esencial para cualquier época, pero más para la actual en la que la frialdad se palpa y acrecienta mediante teléfonos móviles y pantallas. Pedro Simón desarrolla un lenguaje muy auténtico y sin pretensiones que, curiosamente, es todo lo que necesita este relato. La vida de aquellos niños que se asomaban a pozos, se imaginaban el larguero de una portería, se desollaban las rodillas o un viaje al supermercado era una aventura quedan tan olvidados que parece ciencia ficción. Una historia que llega sin hacer ruido, para quedarse e instalarse en nuestra memoria. Emotiva, entrañable y nostálgica, un viaje vital para esos ingratos. Imprescindible. |