La marca del asesino

Hay recetas que se repiten hasta la saciedad. Clichés, les llamamos, y parece lógico pensar que se hace porque funciona.

Daniel Silva en un ataque de originalidad replicó el plato entero.
Como tantos otros.

Ingredientes:

Presidente de Estados Unidos en campaña electoral.

Secretario del mismo, corrupto.

Agente secreto de la CIA con pasado dramático y pareja que desconoce su trabajo.

Pareja que descubre su trabajo.

Trabajador autónomo del asesinato.

Luego llega el toque de decoración personal, menta, perejil, algarroba, bellota de corral...

Aquí es un avión de pasajeros al que le lanzan un misil en pleno viaje y angelitos a volar.
Se le echa la culpa a una banda terrorista palestina y a partir de ahí cada uno a lo suyo.

¿ La elaboración?
Sencilla:

Pones los ingredientes más o menos ordenados, rellenas los espacios en blanco con palabras que tengan cierto sentido entre sí y al horno.

Lo mandas a China a imprimir, que a estos lo mismo les da libros que virus mientras llenen un contenedor.

Distribuyes en aeropuertos y gasolineras y ya tenemos el producto listo para consumir.

La marca del asesino es un thriller de viaje, playa o jardín donde el mayor esfuerzo del autor es que el lector no tenga que pensar en nada.

No hay misterio, las claves vienen contadas y el argumento se centra en la persecución del sicario a sus materias primas.


Lineal, sin giros. El spa de la novela policíaca con explosiones, balas y muertos que estallan como burbujillas agradables en la espalda.
O donde esta termina.

Entretenido, sin más, pero engancha. Te distrae del mundanal ruido con tus neuronas en modo ahorro de consumo.

Al parecer es una bilogía. Da igual, es de esos libros que dan la sensación de visto uno, vistos todos.

Ni bueno, ni malo ni regular.

PD. Voy a darme la vuelta en el jacuzzi para que me de el chorrillo en el ombligo.
O donde termina.