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Tercer libro de la pentalogía “La sombra del cardo” en el que conocemos a un nuevo personaje, Goro, que resulta haber sido compañero de clase de Mitsuko y Mitsuo, los protagonistas de los dos libros anteriores. Goro ocupa la posición de presidente junto a su madrastra en una destilería muy famosa en Japón. Por cómo nos la cuenta, su vida parece sonreírle: es un hombre de negocios con éxito al que se le dan bien las relaciones sociales, que tiene una mujer y dos hijos estupendos y también dos amantes, entre las que se encuentra la actriz de mayor éxito del momento. Su modo de hablar nos hace percatarnos de que se trata de un ególatra de manual que se cree que todo el mundo debe besarle los pies a su paso, pero esa imagen de perfección es el telón que oculta su verdadera naturaleza, la de una persona mediocre y herida que ha tratado por todos los medios de proyectar una imagen irreal de sí mismo. Pronto toda esa ilusión de perfección empieza a desmoronarse. Empezando por el abandono de su amante actriz, que le deja por estar prometida con otro hombre, los deseos de su hijo de estudiar Psicología en vez de Comercio o su cambio de posición dentro de la empresa en pos de su cuñado, Goro descubrirá que nadie le toma tan en serio como él piensa sino que todos los que rodean saben perfectamente cómo es en realidad. Es entonces cuando Goro empieza a acordarse de una novia que tuvo antes de casarse a la que abandonó sin dar explicaciones porque era de clase baja y no proyectaba la imagen que él deseaba. Ella le dijo que ambos eran niños heridos porque uno de sus progenitores había muerto y el otro había rehecho su vida dejándoles de lado. La lectura de esta novela, al igual que la de los volúmenes anteriores de la pentalogía, es muy ligera, se avanza con rapidez y no se hace para nada pesada, pero, a diferencia de los otros dos libros, he odiado tanto al protagonista que me ha costado mucho disfrutarlo. Solo quería que le fuese mal, e incluso cuando estaba en pleno descenso a los infiernos no ha sido suficiente porque el personaje me daba igual. ¡Qué rabia me ha dado esto! |
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