Frankenstein o el moderno Prometeo

A veces las casualidades se alían deliciosamente.

Casual fue que Mary Wollstonecraft, famosa escritora y filósofa del siglo XVIII, llevase a término un embarazo del que saldría mal parada, cuyo fruto sería una desconocida Mary Godwin. Casual sería que Mary se convirtiese en pareja del conocido escritor del siglo XIX Percy Shelley. Casual que la pareja fuese invitada a pasar unos veraniegos días en casa de Byron en Ginebra y que el mal tiempo los confinase en la mansión, con mucho tiempo libre y poco qué hacer.

No tan casual fue, que Mary, quisiese emular a estas grandes voces de la literatura en el inocente reto de escribir el mejor relato de terror que se les pudiese ocurrir. Fue el empujón que necesitaba para que brotase el germen de una de las mayores obras que la literatura ha podido ver.

Novela tergiversada brutalmente a lo largo de la historia, su conocido monstruo, insuflado de vida por Victor Frankenstein, forma ya parte del acervo más popular. Sin embargo, ni estamos ante una novela aterradora, ni el monstruo se llamaba Frankenstein, ni era realmente un monstruo. Una historia que nos pone sobre el tapete las grandes dicotomías filosóficas de la condición humana, la contraposición entre bien y mal, el concepto de Dios, el debate de si el mal nace o se hace, o cómo el aspecto y condición de un ser marca su vida, haciendo que nos preguntemos constantemente quién es el verdadero monstruo de esta historia. Si a ello sumamos una pizquita de amor, venganza, aventura y nos hace viajar por recónditos parajes de Europa, el relato que una jovencísima Mary de 18 años dotó de vida, se convierte en un verdadero prodigio. Prodigio que además, experimentó con un estilo narrativo increíblemente arriesgado, encajando varias historias una dentro de otra y dando una verdadera lección de literatura a través de un estilo culto y refinado. 

Una obra maestra que desafortunadamente tuvo que salir a la luz, con su autora escondida tras un anonimato donde nunca la mano femenina fue una posibilidad. Hubo que esperar años para que Mary tomase su posición como una de las mayores voces femeninas de la literatura. No hay literatura sin Mary Shelley, no hay literatura sin Frankenstein.