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Crítica de Paloma


Paloma
10 February 2018
"Porque sólo puede tener un final doloroso lo que ya era doloroso de por sí, aunque no fuéramos conscientes de ello, aunque lo ignorásemos.”

Ésta es una historia de amor, de pérdida, de culpa, de erotismo, de aprendizaje, de horror. Me ha parecido extraordinaria la manera en que Schlink logra construir una historia, si no de amor, sí sobre la relación entre dos seres humanos cuyos caminos se intersectan en un punto y cambian para siempre, al tiempo que reflexiona sobre el impacto que un terrible hecho histórico tiene sobre un país, su gente y su futuro.

Michael Berg conoce a Hanna Schmitz una tarde en la que él, en una crisis de hepatitis, vomita y está a punto de desmayarse fuera de su edificio. Ella, una mujer de 36 años, ayuda al joven de apenas 15 a limpiarse y recuperarse y lo lleva a casa. Michael regresa para agradecerle y de esa forma, se asoma por primera vez a los secretos de la atracción hacia una mujer: el descubrimiento de otro cuerpo, lo sensual de un gesto, lo erótico de una mirada.
Sin ningún tapujo, se vuelven amantes y al poco tiempo, desarrollan una extraña costumbre: ella le pide que le lea libros antes de tener relaciones, el preámbulo amoroso. Así suceden varios meses, en los que Michael vive sólo para los momentos en que se encuentra con Hanna y que evoluciona a una especie de relación –viajan juntos, ríen, pelean. Y aunque desde el principio se sabe sin esperanza, el día que Hanna se marcha sin despedirse, la vida del adolescente cambia de manera irremediable. Como él mismo describe, adoptó una actitud de fanfarronería y superioridad, esforzándose por mostrarse como alguien que no se dejaba afectar ni conmover por nada ni nadie.

Siete años después, siendo estudiante de derecho, Michael vuelve a ver a Hanna durante su juicio como criminal de guerra –Hanna había pertenecido a las fuerzas de la SS y sido guardia en dos campos de concentración. Ella, ésa mujer que Michael había percibido como dura, fría, distante a pesar del amor, había sido parte, o había sido, el horror.

Y es aquí en donde la novela da un vuelco, pasando de una historia de amor a una reflexión sobre las acciones de personas, hombres y mujeres que parecían tan comunes y corrientes y que, sin embargo, fueron parte de uno de los momentos más crueles y oscuros de la historia de la humanidad –el Holocausto. Si bien el libro no entra en detalle sobre los crímenes de Hanna, entendemos que fueron terribles; que hubo testigos, sobrevivientes que la señalan e incluso, otras de las mujeres juzgadas, la acusan de ser quien les ordenaba actuar de tal o cual manera. Sin embargo, se sabe también que Hanna escogía, en el campo de concentración, a mujeres a quienes llevaba a su habitación y les pedía que le leyeran en voz alta.

Michael pronto se da cuenta que la gran culpa, el peor crimen para la propia Hanna no había sido su actuar en los campos de concentración –de hecho, quedé con la impresión que el personaje no siente algún tipo de remordimiento– sino el ser analfabeta. En su afán por esconder esta verdad, Hanna tomó decisiones que la llevar a unirse a la SS y ahí, a cambiar su destino. Michael entonces se debate entre juzgar a esa mujer, o comprenderla y perdonarla por sus crímenes. ¿Tuvo ella la culpa? ¿Sus circunstancias la llevaron a tomar una decisión equivocada? Pero, ¿podría ella no saber que actuaba mal cuando evidentemente eran acciones atroces, que terminaron con vidas humanas?
En este punto Schlink explora el peso de la memoria histórica del nazismo en las siguientes generaciones de alemanes, planteando la gran carga moral y social que implicó. Un pasaje que me impactó es cuando Michael platica con un hombre quién lo está llevando a un campo de concentración y al saber por qué quiere visitarlo, el hombre le dice:

“El verdugo no obedece órdenes. Simplemente hace su trabajo; no odia a las personas a las que ejecuta, no lo hace por venganza, no las mata porque se interpongan en su camino o lo amenacen o lo ataquen. le son completamente indiferentes. Tan indiferentes, que le da lo mismo matarlas o no matarlas.” (p. 143).

Si no todos los que fueron parte de la maquinaria nazi odiaban a los judíos, ¿entonces cómo pudieron asesinarlos? ¿Qué es más monstruoso entonces, el odio hacia un pueblo o la indiferencia que convierte al ser humano en máquinas, incapaz de discernir entre el bien y el mal? La respuesta no es fácil y quizá hoy en día Alemania, y el resto del mundo, continúa intentando descifrarla –y la historia reciente nos ha mostrado otras cosas en los que la indiferencia ha sido la peor cómplice.

Creo que Hanna es un analogía de la guerra –así como ésta destruyó y marcó a una generación, así esta mujer marcó a Michael por siempre. Aunque pasaron los años, él jamás aprendió a ser feliz tras perderla –obsesión, amor, no resulta claro– pero lo que fuera, la esencia de Hanna siempre lo persiguió y no le permitió amar verdaderamente a otra mujer. Cuando la reencontró, no sólo recordó la relación amorosa sino que Hanna le hizo enfrentar la historia de su país, de culpas, de crímenes innombrables con el resultado determinante de que Michael nunca pudo ser genuinamente libre.
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