Persépolis

Que mi trabajo me ha empujado a abrirme al Islam desde la curiosidad, a desgranar qué es lo árabe y qué lo musulmán y qué cosas se conectan y desligan entre estos dos términos, ya no es sorpresa para nadie que me siga desde hace un tiempo. Un día se topó en mi camino Irán, quién fuera la antigua Persia, rica en poesía y arte figurativo, la de la mezquita azul, la de la comida y la gente acogedora. Pero también la de las revueltas, la represión, la de "quiero ir pero no sé si es el momento". Y el porqué de la inestabilidad de los países de Oriente Medio tampoco debería ser una sorpresa para nadie que se quiera considerar ciudadano de su tiempo.

No voy a descubrir a nadie Persépolis, bien merecidos tiene esta novela gráfica sus honores. Satrapi, su autora, nos narra los cambios políticos y sociales vividos en su país desde los años 70, del país occidentalizado en el que crece, en el seno de una familia liberal, al surgimiento del extremismo religioso (y, muy importante, por qué eso ocurre –hola, hombre blanco, sí, es a ti–). Cómo la guerra y la atmósfera asfixiante empujan a sus padres a exiliar a la Satrapi adolescente a la Viena de los 80, sin normas ni moral aparente, y pasa de la desprotección arropada por su familia, a la seguridad en absoluta soledad, del blanco al negro en unas pocas horas de vuelo. Volverá unos años después a una Irán sin guerra y sin libertades, donde conseguirá pese a todo aunque con ciertas trabas estudiar Bellas Artes, y la novela gráfica termina cuando ya, por voluntad propia y mucho más madura, se exilia a Francia para granjearse un futuro.

Destaco su naturalidad, su intención de contar las cosas cómo son sin enredos ni grandes complejidades, sin disimular las contradicciones constantes del país y de sus habitantes (cómo no), dándonos lo justo para entender, pero sin esconder nada tampoco, y todo teñido de un velo de humor que aligera los momentos de gran dolor o de máxima rabia de la obra.
Sin duda, es la mejor novela gráfica que he leído hasta la fecha. Me dan muchas ganas de seguir conociendo a la autora, y, por supuesto, a su país de origen, ese que no es árabe y que tiene esa idiosincrasia tan propia, al que, ojalá, dejen ser.