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Aviso: esta reseña contiene spoilers de los primeros tres libros de Nacidos de la Bruma. Han pasado 300 años desde los acontecimientos de la primera trilogía, y Scadrial se encuentra cerca de la modernidad. Aunque la ciencia y la tecnología están alcanzando nuevos retos, la antigua alomancia continúa desempeñando un papel fundamental. Lord Waxillium Ladrian, experto en metales y en el uso de la alomancia y la feruquimia, se ha visto obligado a volver a la metrópolis de Elendel. Deberá guardar las armas y asumir las obligaciones que exige estar rodeado de la clase noble. O al menos eso cree, ya que las mansiones y las elegantes calles de la ciudad pueden ser incluso más peligrosas que las llanuras de los Aridos. He de decir que ma ha costado mucho avanzar en este libro de Sanderson. No es que la narrativa sea lenta o mala, el autor escribe tan bien como siempre, pero no he logrado simpatizar tanto con los personajes. Wax es un protagonista que me resulta aburrido a ratos, aunque me gusta su sentido del deber y los ideales que defiende. Wayne me ha gustado mucho más, aunque tarda en coger algo de protagonismo, su personalidad se come el libro, convirtiéndolo en uno de mis personajes favoritos de la saga en general. Mi mayor problema con el libro es que la acción se ha vuelto muy confusa. Ya en la primera trilogía, las batallas de alománticos podían ser confusas, pero si a esto le sumas los poderes feruquímicos, sus combinaciones y armas de fuego, todo se vuelve un caos. Este caos es fascinante y divertido, me encanta como Sanderson es capaz de crear escenas de acción impresionantes y fluidas, pero al mismo tiempo llegan a ser un dolor de cabeza. En definitiva, el libro es una digna continuación de la primera trilogía y me parece muy interesante la evolución del mundo, pero no me parece que esté a la altura. Sin embargo, el final abre las puertas a varios misterios que resolver en los siguientes libros, en los que estoy segura que Sanderson me volverá a atrapar. Irbis. |
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