Entré al partido como quien entra en religión. Salió mi esposo, expulsado de mi cuerpo. Después, a la sierra, al epicentro. Armar la mente. Entrenarme para destrozar, prepararme para construir.
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Entré al partido como quien entra en religión. Salió mi esposo, expulsado de mi cuerpo. Después, a la sierra, al epicentro. Armar la mente. Entrenarme para destrozar, prepararme para construir.
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Así como entraba en mí, lo vi todo. Escenario completo. Ahí vendrían los hijos. Casa. Cocina. Trabajar también, pero sumarle todo lo otro. Me mueve. Se mueve en mí y empuja dentro pañales, platos, cocina, vestido, maquillaje, por los siglos de los siglos y por siempre jamás. [...] Escena perfectamente montada, preparada para mí desde que nací. Un camino sin ninguna salida, lo mismo que les toca a casi todas por haber nacido así. Mi tiempo exprimido, arena gastada del reloj, un caballo con los ojos cubiertos. Seguir de frente y no hacer preguntas. Único camino que te dan.
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El poder. No parar hasta tenerlo. Ilusión era creer en proyectos financiados por otros, en sindicatos, en mítines, pura ilusión. Nada más que ilusión. El poder era lo real.
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Recuerdo tu respiración, compartiendo el ritmo de mis besos; mi respiración, guiada por el roce de tus labios. Derrotada por el deseo en tus ojos. Delicados y suaves pliegues. Mis dedos que se perdian, naufragando en tu oquedad cálida. La cintura agitada, arrastrada por la marea de mis manos. Las cuerdas tensas de nuestros cuerpos diluyéndose en acordes de arpa. Serpientes ondulantes que derriten las defensas y se enroscan. Tu cuello de mármol cincelado a besos. Escultura amorosa. Los ojos que lamen el río, el mar y las cataratas.
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Las piernas ya eran un clamor de descanso. Mis brazos se deshilachaban. Si al menos tuviéramos un poco de agua... Hay que dar la vida por la revolución, camarada Felipe. Ni un minuto podemos perder. El enemigo es miedoso y pelea sin conciencia, pero nosotros no podemos ser aniquilados y lo damos todo. ¡Sigamos! Sus ojos brillaron de respeto.
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Como agua para chocolate