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La sangre de la aurora de Claudia Salazar Jiménez
Las piernas ya eran un clamor de descanso. Mis brazos se deshilachaban. Si al menos tuviéramos un poco de agua... Hay que dar la vida por la revolución, camarada Felipe. Ni un minuto podemos perder. El enemigo es miedoso y pelea sin conciencia, pero nosotros no podemos ser aniquilados y lo damos todo. ¡Sigamos! Sus ojos brillaron de respeto.
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