Buenos días, tristeza

Lo primero que me llamó la atención de ”Una cierta sonrisa” fue saber que Françoise Sagan solo tenía 19 años cuando escribió esta novela corta, en 1954. Me adentré en ella a ciegas, sabiendo únicamente que estaba protagonizada por una jovencita durante un verano en la Riviera francesa.

Cécile es una joven que disfruta de una vida de puro hedonismo, sin normas ni complicaciones. Este estilo de vida empieza a correr peligro cuando su hasta entonces mujeriego padre se enamora de Anne, una mujer de su edad que funcionará como un contrapunto, como una especie de Pepito Grillo para la joven Cécile y para su padre, intentando aportar algo de equilibrio y responsabilidad en sus vidas. El problema es que nuestra frívola protagonista, en lugar de entenderla como la mentora y guía moral que nunca ha tenido, decide verla como un agente enemigo que los juzga y quiere imponer sus normas. Y no estará dispuesta a dar su brazo a torcer.

“Buenos días, tristeza” es un libro narrado con sencillez y con una trama que mantiene el interés del lector. Se lee con placer porque consigue trasladarte a las sensaciones embriagadoras del verano, con la playa, el mar, los barcos, los días de ocio sin fin pasados tirada en la cama dejando pasar las horas muertas, las fiestas, los paseos... Todo muy Éric Rohmer.

Pero no os engañéis, esta novela esconde una historia de mayor empaque del que podría parecer a primera vista: hay espacio para reflexionar sobre la vida, el paso de una juventud sin responsabilidades a la madurez, la belleza, el sexo y el deseo, la responsabilidad afectiva, o la culpa.

El resultado es una historia cálida y ligera teñida de melancolía y tristeza (obvio), a través de la voz introspectiva y reflexiva de una Cécile adulta que recuerda ese verano que le cambió la vida.