La vida es pura pelea, hasta cuando uno pierde continúa peleando. Solo hay una opción para cejar en cualquier lucha: estar muerto.
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La vida es pura pelea, hasta cuando uno pierde continúa peleando. Solo hay una opción para cejar en cualquier lucha: estar muerto.
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Y es que las palabras son así: lo mismo te llevan al cielo que te hunden en un pozo. Lo curioso es que la sensación de subir al cielo dura menos que la de hundirse, porque de ahí no hay quien te saque. A veces piensas que no merece la pena salir y otras no sabes cómo hacerlo.
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Todas las heridas duelen, hasta las pequeñas. Bueno... las pequeñas más, porque nadie les presta atención.
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Los monstruos deberían dar señales de lo que esconden, pero no es así; sus casas son normales, sus vidas son normales, sus vidas pasan desapercibidas.
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-Virtudes ha llorado mucho, yo he llorado mucho y todavía nos queda mucho camino por llorar. En esta casa las lágrimas brotan hasta de las paredes. Mi padre es un hombre difícil y mi tío Damián no sabe, no puede hacerle frente.
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-Hemos perdido demasiado -afirma Victoria-, todo lo que importaba... y no parece que Dios vaya a ayudarnos, ni que se haya dignado a mirarnos un instante.
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En la calle, un niño vocea las desgracias que los periódicos publican, dramatiza y grita. No quiere ser invisible porque necesita el dinero para ayudar a mantener las miserias de su casa, pero eso no importa a nadie, eso es normal: niños que apenas saben leer, mujeres y hombres analfabetos que trabajan como bestias por un salario tan indigno como impresentable.
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Mi madre no está en casa desde hace años, huyó de mi padre a la Argentina, reside en Buenos Aires o, al menos eso creo. Se fue porque mi padre es muy bruto, borracho, jugador, pendenciero... una joya.
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10 negritos