El «asesinato» de Blanca, que las leyes ponen siempre entre comillas, entra en la agenda de los medios, se convierte en un tema de interés general y causa revuelo en las redes sociales. Empujadas por esa influencia y por el altavoz que suponen las mismas redes, las organizaciones «defensoras de los animales» se suben al carro de la fama y protestan contra el zoológico, provocando más incidentes y ruido en la investigación y generando el caos. Los policías encargados, desconcertados ante las circunstancias y para nada acostumbrados a lidiar con crímenes que involucren animales, se ven presionados para resolver lo antes posible un caso sumamente singular y evitar así que la fama del parque quede en entredicho. Sobre todo, deben anticipar las amenazas para que no haya más pérdidas de ejemplares que conmocionen a la sociedad. ¿Quién ha disparado? ¿Desde dónde? ¿Con qué motivo? Existe un peligro latente. Por si fuera poco, los recursos que se dedican para la investigación crean un conflicto entre la jueza y los inspectores policiales. Dicho de otra forma: el «asesinato» de la elefanta destapa una dura realidad
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