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Crítica de IvanValenciaA


IvanValenciaA
21 December 2021
La memoria es algo curioso. Los seres humanos vivimos día a día guardando solo pequeños trozos de nuestra existencia. al final de una vida se ha olvidado la mayoría de lo que se ha vivido. Lo que se recuerda en borroso. Dicen que un recuerdo es viene a nosotros como se recordó la última vez, atado a las emociones de aquella vez. Esto quiere decir que la memoria está en constante rescritura. Cuando olvidamos algo, o recordamos poco, nuestro cerebro llena los espacios vacíos. A esto le llaman confabulaciones. Es decir, muchas cosas que creemos recordar con nitidez podría ser producto de la fantasía, o una mezcla entre la realidad y la fantasía. Así es nuestra memoria, maravillosa, extraña. No decidimos qué recordar y no podemos decidir qué olvidar. Aquí hablo de la memoria individual. Por otra parte, está la llamada memoria colectiva. Esta memoria, al contrario de nuestra memoria individual, no es tan aleatoria. Es una construcción social que pude ser moldeada, falseada, pude decidirse qué olvidar y qué recordar según convenga y puede ser usada como arma de guerra. La primera es una memoria “aunténtica” –si cabe llamarla así-, la segunda es un mito.

Precisamente de este segundo tipo de memoria, de la memoria colectiva, además de la memoria histórica y la rememoración histórica, es de lo que nos habla David Rieff Sontag en su libro Elogio del Olvido publicado en 2017. En este envolvente ensayo el autor cuestiona la famosísima frase de George Santayana «Los que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo», planteando que, a veces, el recuerdo puede causar más problemas de los que soluciona y que, en ocasiones, lo mejor es optar por el olvido. Junto a este cuestionamiento se expone la manera en la que en nuestra época la memoria histórica se ha convertido en un imperativo moral. Frente a esto Rieff dirá que esta no es un imperativo moral, más bien es una opción, otra opción es el olvido. Esta discusión y análisis se dará de la mano del estudio de conflictos históricos, especialmente del siglo XX, que ayudan a sustentar esta postura: el conflicto árabe-israelí, la guerra de los Balcanes, el conflicto religioso en Irlanda del Norte, el Holocausto en la segunda guerra mundial, el genocidio armenio, el genocidio en Ruanda, entre otros.

Una cuestión que a mi entender es central en el libro es la diferencia que se establece entre historia y memoria (referida a la memoria colectiva). Dice el autor:

“Como señaló el gran historiador francés Jacques le Goff, puesto que «la memoria solo busca rescatar el pasado para servir al presente y al futuro», apenas sorprende que los ejercicios colectivos de rememoración histórica se parezcan mucho más al mito, por un lado, y a la propaganda política, por el otro, que a la historia, al menos a la historia entendida como disciplina académica: la índole de historia que cuando se hace con propiedad siempre es crítica, y cuyas reflexiones, aunque de cuando en cuando puedan considerarse útiles para la sociedad en su conjunto, no pretenden ser instructivas”.

Así, un ejercicio de memoria nunca es inocente. Siempre será una versión de una historia común. Los conflictos mencionados son una clara muestra de ello, especialmente en los conflictos donde no hay un ganador claro y se genera una disputa por la construcción de esta memoria. Por ejemplo, en los Balcanes, en Palestina, en Colombia, las partes sigue debatiendo sobre quién es ¨el bueno¨ dentro del conflicto. La historia, como ciencia, puede mostrar los orígenes y desarrollos de estos conflictos. Pero el mito que se construye se impone a esta revisión documentada, detallada y lo más objetiva posible. En Colombia, por ejemplo, el Estado ha construido una narrativa que contradice todos los hechos de la historia reciente. Esta narrativa es la que se ha impuesto a la evidencia. Se ha construido un mito nacional atado a la emoción que no ha permitido la paz. Aun cuando se firmó el acuerdo de paz entre la guerrilla de las FARC y el Estado Colombiano, la población rechazó el acuerdo bajo la consigna de “los buenos somos más”.

La historia puede ser el contrapeso de estas reconstrucciones acomodadas del pasado. No significa esto que la historia sea objetiva, inocente, libre de estos sesgos. La historia es otro campo de disputa. Más cuando, quienes se dedican a la rememoración histórica, a la construcción de memoria histórica, muchas veces son historiadores. Como recuerda David Rieff, citando a Claude Lévi-Strauss «cuando intentamos hacer historia científica, ¿en verdad hacemos algo científico o también permanecemos montados a horcajadas en nuestra propia mitología?».

Todo esto no significa que la memoria, la rememoración histórica, sean algo malo en sí mismo, más bien es una invitación a la revisión y el cuidado cuando se pisen estos terrenos. Rieff recuerda, por ejemplo, cómo la construcción de memoria histórica fue fundamental para alcanzar la paz en Sudáfrica. Pero a la par nos muestra cómo muchos regímenes totalitarios han usado la memoria histórica como punta de lanza en sus conflictos internos y externos.

La cuestión viene a ser que, en nuestra época, la rememoración histórica se ha convertido en imperativo. “La cuestión crucial es esta: no es preciso negar el valor de la memoria para reiterar que la documentación histórica (la verificable, no la mitopoética) no justifica el paso franco moral que actualmente se le suele conceder a la rememoración” dice Rieff. Y la construcción de este imperativo que se predica como verdad en las instituciones educativas, universidades, academias y en la opinión pública, se presenta como paradoja cuando vemos que vivimos en una época donde siempre se busca revisar la historia, relegarla o negarla abiertamente. Dice el autor:

“La paradoja es que, si bien lo que Pierre Nora llama con acierto la industria de la memoria se ha desarrollado hasta tal punto que ha comenzado a parecer una demostración de la segunda ley de la termodinámica, con el ansia y la búsqueda de recuerdos dispersándose paulatinamente, en casi todos los países desarrollados los estudiantes saben cada vez menos de política contemporánea, geografía del mundo o historia. Y la poca historia que saben no es propiamente historia, sino rememoración”.


En Colombia hay un ejemplo muy claro de esto. Después del proceso de paz de estableció una “cátedra de paz” cuyo fin es “generar competencias ciudadanas para una convivencia democrática, respetuosa de los Derechos Humanos y en paz”. Este ambiguo fin llevo a que, en la mayoría de instituciones de educación pública, se convirtiera en un espacio de acentuación de una memoria histórica manipulada. Y es más diciente cuando en Colombia, desde hace cerca de veinte años, las cátedras de historia fueron retiradas de los planes de estudio de las escuelas y colegios. Esto es la memoria histórica sin historia, o la subyugación de la historia al servicio de la memoria histórica. Rieff señala al respecto:


“La apropiación de la historia por parte de la memoria es también la apropiación de la historia por parte de la política. […] hemos entrado en un mundo donde la función esencial de la memoria colectiva es la legitimación de un criterio particular y un programa político y social, y la deslegitimación de los opositores ideológicos”.


En definitiva, la solución no es de claros u oscuros. A veces será bueno el olvido, a veces será buena la rememoración histórica. Todos los conflictos y contextos humanos son abismalmente diferentes y así deben ser afrontados. Por lo pronto no parece que se asome una solución a estos problemas que no sea el estudio consiente y juicioso de la historia. Como dice Wieseltier, citado por Rieff: «la memoria se ha convertido en nuestro misticismo, tanto es así que confiere la generación de autenticidad. Sería demasiado severo calificarla de engaño, pero sin duda es una especie de truco». Y en ello radica el problema. Wieseltier tiene razón al añadir que «el efecto [del truco] se evapora bajo el sol de la historia crítica».


Elogio del olvido es un gran libro, indispensable para nuestro tiempo. Aquí solo he tratado de exponer aquello que más me ha tocado del libro. Sin embargo, su riqueza va mucho más allá. Una lectura recomendada.
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