Memoria por correspondencia

"En esos medios uno nace sabiendo lo que quiere decir hambre, frío y muerte."

Emma Reyes repasa a lo largo de veinte tres cartas escritas en un lapso de 28 años a su amigo Germán Arciniegas los duros años de su infancia, desde los márgenes de la ciudad de Bogotá, pasando por varias ciudades del interior de Colombia, hasta terminar en un convento. Emma y su hermana Helena deben atravesar condiciones de vida terribles, primero a manos de la Señora María (una madre que no permite que sus hijas se dirijan a ella con ese título), que las somete al hambre, al encierro, al abandono y a la violencia, y luego a manos de las monjas, que las explotan a cambio de condiciones de vida muy poco aceptables, y que las dejan vulnerables frente a otro tipo de peligros.

La lectura es sumamente ágil, ya que si bien Reyes no es escritora y no hace uso de recursos literarios muy sofisticados, tiene un don para relatar anécdotas de modo fluido y entretenido. Un acierto en las primeras cartas es el intento de Reyes de reconstruir la mirada infantil e inocente del mundo ("me preguntó si yo tenía papá y mamá, yo le pregunté que qué era eso y me dijo que él tampoco sabía"). Sin embargo, a medida que se desarrolla la narración va ganando espacio la mirada adulta, crítica e irónica de lo que sucede, sobre todo en el convento, ya que Reyes quiere transmitirnos sus críticas a la institución y al uso que hace de las niñas. Una mirada no exenta de humor, presente en algunos de los pasajes más memorables del libro, como la descripción de la hermana Carmelita, que no puede dejar de engordar porque se le cerraría el círculo de la culebrilla, o el momento en que la madre superiora es atropellada por las niñas debido al pánico que generó su propio sermón sobre el diablo.

Es una lectura muy recomendable para conocer la realidad social de Colombia en las décadas del 20 y del 30, y para ingresar en una subjetividad siempre acallada: la de las niñas pobres latinoamericanas.