El diablo en el cuerpo

No es en la novedad donde encontramos los mayores placeres, sino en la costumbre

Por muchas pasiones que experimente en el futuro, nunca podrán igualarse a aquella adorable emoción de ver llorar a una joven de diecinueve años porque se encontraba demasiado vieja

Podré prescindir del amor pero nunca de mis derechos sobre ella

Me sentía incapaz de cálculos, de maquinaciones, de todo aquello de lo que, hasta entonces yo creía que el amor no puede prescindir

No se puede a la vez elegir la cama y acostarse en ella

¿Que clase de chica es ésta que admite que un muchacho la regañe por su pelo?

Estas ambiguas partidas de ajedrez resultan extenuantes, eternas, si uno de los jugadores no pone orden.