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Crítica de Guille63


Guille63
14 November 2023
“Así ocurre con nuestro pasado. Es trabajo perdido el querer evocarlo, e inútiles todos los afanes de nuestra inteligencia. Ocúltase fuera de sus dominios y de su alcance, en un objeto material (en la sensación que ese objeto material nos daría) que no sospechamos. Y del azar depende que nos encontremos con ese objeto antes de que nos llegue la muerte, o que no lo encontremos nunca.”

Son legión quienes afirman que En busca del tiempo perdido es una novela sobre el paso del tiempo, sobre el deleite en su recuperación. Hay quién dice que es el retrato de un novelista, de su formación y crecimiento, una reivindicación de una forma de hacer novela. Para mí, sin querer quitar ni poner razones, la obra de Proust, al menos en este primer volumen, es la representación de una forma de sentir, de experimentar la vida y de sentirse a uno mismo, la descripción literaria de una especial sensibilidad.

No incidiré aquí más en la complicada delicadeza del estilo del autor, todo lo que soy capaz de decir ya lo recogí en mis comentarios a Un amor de Swann, una novela dentro de esta novela. Sirvan para ello, no obstante, las citas que aquí traigo. También me referí en aquellos comentarios a la importancia que para Proust tenía el poder evocador de los objetos y las sensaciones físicas, siempre ilustrado con el famosísimo momento magdalena pero que tiene en toda la novela incontables ejemplos. Aun así, traigo aquí justo ese momento porque también es una muestra de aquello de lo que me gustaría hablarles.

“Y muy pronto, abrumado por el triste día que había pasado y, por la perspectiva de otro tan melancólico por venir, me llevé a los labios una cucharada de té en el que había echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las migas del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que lo causaba. Y él me convirtió las vicisitudes de la vida en indiferentes, sus desastres en inofensivos y su brevedad en ilusoria, todo del mismo modo que opera el amor, llenándose de una esencia preciosa; pero, mejor dicho, esa esencia no es que estuviera en mí, es que era yo mismo. Dejé de sentirme mediocre, contingente y mortal.”

Parto de la base de que Proust es veraz en las descripciones que hace de sus arrebatos, de sus pasiones, de sus éxtasis ante las cosas más nimias, por mucho que a mí, de sensibilidad infinitamente menos exaltada, me parezca casi inverosímil y ciertamente extravagante gran parte de su relato por grande que sea el poder evocador, maravilloso lo evocado y soberbia la expresión de todo ello.

“… de pronto un tejado, un reflejo de sol en una piedra, el olor del camino, hacíanme pararme por el placer particular que me causaban y además porque me parecía que ocultaban por detrás de lo visible una cosa que me invitaban a ir a coger, pero que, a pesar de mis esfuerzos, no lograba descubrir… cerrando los ojos, empeñado en acordarme exactamente de la silueta del tejado o del matiz de la piedra, que sin que yo supiera por qué, me parecieron llenas de algo, casi a punto de abrirse y entregarme aquello de que no eran ellas más que vestidura.”

Ciertamente, esas experiencias espirituales me han producido siempre, superada la estupefacción, una mezcla de envidia y alivio sin poder saber qué es lo que más pesa en mi ánimo. Uno tiene la sensación de que personas así, capaces de sentir con tal intensidad parecen vivir, no una, sino dos o tres vidas al tiempo, con el corolario ineludible, y de ahí mi alivio, de las dos o tres muertes correspondientes. Debe ser tan maravilloso como demoledor la intuición de tanto misterio oculto, la lucha interna y constante de esos estados de ánimo tan ajenos y desacordes entre sí, lidiar con esa sensibilidad tan entremezclada con la enfermedad que esta es capaz de acentuar y despertar aquella mientras que ciertos estímulos vividos o simplemente anhelados o prometidos pueden provocar estados febriles. Indiscutiblemente, los padecimientos por tan extremada sensibilidad serían insoportables, pero también los momentos de éxtasis, numerosos si creemos al autor, serían indescriptibles… excepto para él, naturalmente.

Por otro lado, es también llamativo, al menos lo es para mí, la profundidad de reflexión y de sentimiento que Proust representa en el niño que fue, la pasión por su madre capaz de provocarle el llanto ante la primera señal temprana de su vejez, la fuerza de su pensamiento y sensibilidad con la que sustituye y sublima sus mediocres incidentes cotidianos con las vívidas aventuras de los libros, con el análisis psicológico de la vida de sus “vulgares” convecinos, con los colores, los olores, los sonidos y las formas de su estrecho mundo.

“Queremos buscar en las cosas, que por eso nos son preciosas, el reflejo que sobre ellas lanza nuestra alma, y es grande nuestra decepción al ver que en la Naturaleza no tienen aquel encanto que en nuestro pensamiento les prestaba la proximidad de ciertas ideas; y muchas veces convertimos todas las fuerzas del alma en destreza y en esplendor, destinados a accionar, sobre unos seres que sentimos perfectamente que están fuera de nosotros y no alcanzaremos nunca.”

Me maravilla la exaltación que le provoca la soledad, el poder de su imaginación capaz de procurarle los mayores gozos al evocar lugares y personas desconocidas así como de agravar sus decepciones ante el contacto con esas realidades que tan mal se ajustan a sus evocaciones.

En fin, como ya me ocurrió con Pessoa, doy gracias a esa fructífera naturaleza capaz de dotar a algunas de sus creaciones con espíritus tan delicados e inmoderados como soberbias son sus capacidades de plasmarlos en textos tan bellos como este de Por el camino de Swann.

“¡Costumbre, celestina mañosa, sí, pero que trabaja muy despacio y que empieza por dejar padecer a nuestro ánimo durante semanas enteras, en una instalación precaria; pero que, con todo y con eso, nos llena de alegría al verla llegar, porque sin ella, y reducida a sus propias fuerzas, el alma nunca lograría hacer habitable morada alguna!”

Algo cuesta acostumbrarse a Proust, pero también es verdad que merece mucho la pena el empeño, realmente les llenará de alegría habitar su morada y él, insuperable anfitrión, les recibirá obsequioso.
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