- [...] Era una promesa solemne y esas no se rompen, nunca jamás. Lo entiendes, ¿verdad? Nunca jamás.
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- [...] Era una promesa solemne y esas no se rompen, nunca jamás. Lo entiendes, ¿verdad? Nunca jamás.
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Sabía que el profesor volvería. Quizá había tomado otro tren o aquel día no había ido a Todas, o tal vez... Pero el caso es que sabía que volvería, porque se lo había prometido solemnemente.
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Durante aquel año y medio había continuado acompañando a su amo cada mañana, puntualmente para tomar el ferrocarril y por la tarde, puntualmente a las cinco y cuarto, había salido de casa cuando la señora Yaeko le había abierto la puerta para salir corriendo hacia la estación. Allí esperaba al profesor Eisaburo.
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- Te lo prometo solemnemente, Hachiko.
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En cambio, para el profesor, la noticia de que el médico era alérgico a los perros fue mejor que si le hubiese tocado la lotería y faltó poco para que le diese un beso en la frente el día de la petición de mano.
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Sin embargo, lo que más llamó su atención fue cómo aquel animal podía llegar a mirar. Porque no lo hacía como si le reprochase que le hubiese hecho viajar dentro de un frigorífico durante dos días con sus noches. No, no era eso, sino que había algo más profundo e inteligente en aquellos ojos tristes y melancólicos. Nunca el profesor Eisaburo, ni cuando había hecho las prácticas en los campos de Kioto, cerca de los palacios imperiales, y había tenido que tratar con todo tipo de animales, se había encontrado con uno que lo observarse sin esperar nada pero que al mismo tiempo parecía que lo esperase todo.
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Gregorio Samsa es un ...