Me gustan especialmente los libros en los que el narrador es un niño. Tienen esa mirada tan especial de la inocencia, con esa capacidad de sorprenderse, y a la vez de normalizar y dar por bueno cosas que a los adultos no nos lo parecen tanto. Y en este libro, gracias a su protagonista, podemos volver a esos miedos de la infancia: la oscuridad, los ruidos, las presencias malvadas, (en este caso “el hombre grillo”, tan sugerente y terrorífico). El sótano donde viven se convierte en una atmósfera opresiva. Sus misterios se desvelan a fuego lento, aunque la historia tiene un par de giros que cortan la respiración. Una trama genialmente hilada, que es muy intrigante y por momentos escalofriante. Muy disfrutable y recomendable |