En todas las ciudades hay ángulos muertos, calles que marcan fronteras invisibles, zonas neutras. Parece que el tiempo queda fuera de ellas, que podemos moldear lo que pasa allí porque se encuentran fuera de las leyes del universo. Y quizá sea cierto. O quizá nuestros recuerdos se mezclen con nuestros deseos y lo que hacemos no es más que dar vueltas sobre lo mismo, sintiéndonos jóvenes, acompañados de las ansias de vivir. Creer en la teoría del eterno retorno, pensar que los cafés parisinos que nos dieron cobijo siguen existiendo no iguales, pero sí en esencia; que las bocas de metro son portales a otro tiempo en el que ya nos conocíamos, que aquella voz vuelve a pronunciar nuestro nombre.
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