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José Miguel Parra (Traductor)
ISBN : 8412583655
126 páginas
Editorial: Confluencias (28/11/2022)

Calificación promedio : 5/5 (sobre 1 calificaciones)
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Críticas, Reseñas y Opiniones (1) Añadir una crítica
Inquilinas_Netherfield
 26 October 2023
El pasado 2022 no solo fue el año del centenario del descubrimiento de la tumba de Tutankamón por parte de Howard Carter, sino el bicentenario del momento en el que Jean-François Champollion compartió con el mundo que había descifrado la escritura jeroglífica y, por tanto, el modo en que los egipcios construían los palabras, gracias a la piedra de Rosetta. La figura de Tut es tan alargada y el acontecimiento de la aparición de su tumba tan magnífico que nadie (o casi nadie) se acordó de celebrar a Champollion y su gesta, muy diferente a la arqueológica pero monumental a nivel histórico: gracias a él podemos leer la escritura egipcia... gracias a él Carter supo leer el sello que había en la entrada de la tumba con el nombre de Tutankamón, ya que estamos asociando ambos descubrimientos. Así que nada, toca poner remedio, porque cuando digo que casi nadie se acordó de Champollion hago una excepción con José Miguel Parra (Doctor en Historia Antigua, experto en el mundo faraónico y autor de un buen número de libros) y la editorial Confluencias, de la que es gestor editorial y en la que dirige la colección Entre Piedras, ya que publicaron el año pasado la carta en la que Champollion explicó lo que había descubierto e hizo historia: no daba realmente unas pautas ni unas reglas para traducir jeroglíficos, pero fue un paso de gigante en un campo que llevaba siglos dando pasos sin llegar a alcanzar el éxito.

En realidad es complicado reseñar este libro porque, para empezar, solo será de interés para quienes estén realmente muy (muy) interesados en la Egiptología, intenten leer los jeroglíficos cuando los tienen delante y quieran saber cómo empezó todo, así que aviso desde ya que si no os interesa el tema, casi que mejor dejéis de leer porque os vais a aburrir (más sincera no puedo ser). Para los que nos apasiona este tema, para quienes (como yo) han estudiado algo de Egiptología como afición y ya se han visto inmersos en el complicadísimo (para mí, soy una inepta) mundo de los jeroglíficos, Champollion es uno de nuestros referentes, y la lectura de esta carta es una ventana a algo maravilloso que pienso releer a no mucho tardar. Pero claro, la carta en sí misma no se puede reseñar, porque son unas cuarenta páginas de Champollion usando sus propios descubrimientos anteriores sobre la escritura demótica, aplicándolos a la jeroglífica y, tomando como base una palabra de la piedra de Rosetta y diversos monumentos y documentos egipcios presentes en tierras francesas, consiguiendo descifrar cartuchos pertenecientes a faraones y jeroglíficos que nombran a emperadores romanos. Nada más (y nada menos) que eso. No es un tratado de traducción de jeroglíficos y tampoco creo que os interese que yo aquí me ponga muy técnica con el tema porque este libro, aparte del contexto histórico, es pura lingüística, así que voy a usar la introducción y epílogos de José Miguel Parra para daros algunos apuntes sobre todo este tema, os hablaré brevemente sobre lo más importante de la carta y ya quien le interese, yo creo que con saber que la carta de Champollion está publicada en castellano acudirá a comprarla diga yo lo que diga aquí, porque su interés radica precisamente en su importancia histórica y quienes vivimos mucho este mundo tenemos que tenerlo en la estantería. de todos modos, antes de nada quizás habría que hablar brevemente también de la piedra de Rosetta, ¿verdad?

Supongo que todos habéis visto en algún momento una imagen de la piedra de Rosetta, esa piedra negra con escritura tallada en ella. Los más afortunados la habréis visto incluso en persona en el Museo Británico (si las hordas de turistas egoístas os dejan acercaros a menos de cinco metros, claro... sin acritud, no les guardo rencor ni nada... ejem). La piedra de Rosetta en realidad es solo un fragmento (está, por tanto, incompleta) de piedra que fue encontrada en 1799 en la localidad de Rashid, en el delta del Nilo. Por increíble que parezca, la habían usado como material de construcción en una fuente y allí la encontró un grupo de soldados franceses al mando de Pierre-François Bouchard durante la campaña francesa en Egipto (fueron los franceses los que cambiaron el nombre de la localidad, Rashid, por Rosetta, que es el nombre con el que se ha hecho famosa la piedra). ¿Cuál es la particularidad de este fragmento de piedra? Que contiene el mismo texto escrito en dos idiomas (egipcio y griego antiguo) y tres sistemas de escritura diferentes: la parte superior en jeroglíficos egipcios, la intermedia en escritura demótica y la inferior en griego antiguo. Disponer del mismo texto en estos tres tipos de escritura fue lo que posibilitó la hazaña de Champollion, pero ahora llegaremos a eso. La escritura en jeroglíficos y en griego antiguo está clara para todos, pero si alguien no ha oído hablar nunca de la escritura demótica, fue un tipo de escritura cursiva que comenzó a usarse en el Antiguo Egipto hacia el 600 a.C. (el período tardío), y que está considerada como escritura popular, la del pueblo egipcio; es decir, que la escritura demótica es bastante posterior a la escritura jeroglífica usada de manera oficial en templos y tumbas (de hecho entre medias hubo otra más, la escritura hierática, o sacerdotal, destinada a textos administrativos y del día a día y de la que se derivó la demótica).

Antes de Champollion fueron muchos los que intentaron resolver el misterio de los jeroglíficos, partiendo a veces de conceptos erróneos y, en otros casos, siguiendo el buen camino pero perdiéndose a mitad de trayecto... sobre esto os hablaré luego cuando comente la carta, pero el caso es que se dieron muchos pasos buenos en la dirección correcta a lo largo de varios siglos sin terminar de encontrar el quid de la cuestión. Fue a principios del siglo XIX cuando el erudito y científico inglés Thomas Young (coetáneo de Champollion y rival suyo en esta carrera) comenzó a interesarse por los jeroglíficos y llegó a conclusiones certeras: que había terminación de femenino, que un signo repetido era sinónimo de dual, que si aparecía tres veces era sinónimo de plural... y sobre todo que no toda la escritura jeroglífica era simbólica. Y entonces, tomando el texto de la piedra de Rosetta, cogió el único nombre real que aparece, el del faraón Ptolomeo (también este fue el punto de partida de Champollion), se puso a trabajar considerando que estaría escrito también en griego en el cartucho y comenzó a emparejar letras y jeroglíficos. No llegó a descifrar el valor real de todos los jeroglíficos pero obtuvo buenos resultados e incluso descifró otro cartucho más que aparecía en el tempo de Karnak junto al de Ptolomeo (el de su esposa Berenice) gracias a su propio descubrimiento del jeroglífico que denotaba femenino... es decir, que iba por muy bien camino, pero seguía empeñado en que los jeroglíficos solo eran alfabéticos cuando se usaban para escribir nombres extranjeros, y ahí se quedó estancado y emperrado en lo suyo durante años (y además fue uno de los que se opusieron firmemente a los descubrimientos de Champollion porque pensó que no le había otorgado a su propio trabajo el mérito que merecía y no se lo perdonó).

Bueno, y aquí, en este momento, llega Champollion, experto en lenguas desde que era un niño, con vocación precoz por el mundo faraónico y cuyo objetivo principal desde su infancia fue, literalmente, el del descifrar la escritura de los antiguos egipcios. Estudió todo tipo de lenguas orientales y se preparó, desde la adolescencia, para la que sería la gesta de su vida. Ese día llegó el 14 de septiembre de 1822 (contaba 32 años por aquel entonces), cuando corrió a casa de su hermano para comunicarle que al fin lo había conseguido... y después se desmayó (tal cual, o así lo contó luego su sobrino). Presentó sus descubrimientos el 22 de septiembre en una carta que mandó a monsieur Bon-Joseph Dacier (el M. Dacier del título), secretario perpetuo de la Real Academia de Inscripciones y Bellas Letras; leyó un resumen de ocho páginas el 27 de septiembre ante los miembros de la Academia parisina y el texto completo fue publicado a finales de octubre de ese mismo año en un folleto de 44 páginas y 4 láminas por el impresor francés Firmin Didot. Ese texto completo traducido es el que aparece en esta edición.

Y aquí llegamos al quid de la cuestión: el contenido de la carta a monsieur Dacier. ¿Por qué Champollion consiguió sortear el obstáculo que nadie más pudo sortear antes y consiguió descifrar cómo leer los jeroglíficos? Pues básicamente porque era un lingüista erudito, algo que no era, por ejemplo, Thomas Young. En su día, antes de esta carta, Champollion ya había descubierto que ni la escritura hierática ni la demótica eran escrituras alfabéticas (como puede ser la nuestra, para que nos entendamos, que establece correspondencia entre los sonidos del lenguaje oral y las letras), sino ideográficas, como la de los jeroglíficos. ¿Qué es una escritura ideográfica? Pues aquella en la que los símbolos no lingüísticos representan ideas, no letras ni sonidos de una lengua. Pero aun así descubrió también que había ciertos símbolos demóticos que eran una excepción, que sí eran fonéticos y expresaban los sonidos de las palabras, y se utilizaban en monumentos públicos para denotar títulos, nombres, apodos, etc... de soberanos griegos y romanos (es decir, nombres propios y palabras extranjeras a la lengua egipcia). Así, traduciendo el texto demótico a partir del griego antiguo de la piedra de Rosetta, y corroborando la existencia de caracteres fonéticos en la escritura demótica, que proviene de la hierática, que a su vez proviene de la jeroglífica, resultaba evidente que la jeroglífica también debía tener caracteres fonéticos (no sé si me estoy explicando bien y seguís el razonamiento; os lo estoy contando al trote y resumiendo mucho los conceptos, pero es para que entendáis el proceso que sigue Champollion al comienzo de su carta para explicar su descubrimiento). A partir de aquí, usando (al igual que Young) el único nombre propio que aparece en el monumento de Rosetta (el del faraón Ptolomeo) y comparándolo con el obelisco del templo de File (transportado a Londres justo en aquella época), que contenía símbolos muy parecidos a los de la piedra (jeroglífica y texto en griego antiguo) y que está considerado como la última inscripción oficial conocida en escritura jeroglífica, comenzó a traducir signos y a reconocer muchos nombres propios en templos y monumentos (para que os hagáis una idea, Champollion fue el primero, después de varios miles de años, en poder reconocer y leer el nombre de Ramsés II en el templo de Abu Simbel). Y esto es lo que hace a lo largo de la carta, nombrar templos, monumentos, documentos, y traducir nombres propios contenidos en ellos explicando el razonamiento que sigue para otorgar un valor concreto a un signo determinado.

No me extiendo más, pues ya digo que Champollion no explicaba cómo traducir ni daba pautas para hacerlo. Pero para resumir brevemente, Champollion demostró que la escritura jeroglífica era en su totalidad una escritura mixta como la demótica y estaba compuesta por una combinación de signos fonéticos y no fonéticos (ideográficos) tanto en cartuchos reales como fuera de ellos (ese es el paso en el que Young se quedó estancado). Resulta curioso saber que Champollion no pisó Egipto por primera vez hasta mucho después de haber hecho su descubrimiento, y allí pasó año y medio viajando por todo el país deteniéndose en cada tumba y monumento que pudo. Murió poco después de regresar sin poder publicar todo su trabajo allí, de eso se tuvo que encargar su hermano Jacques-Joseph. Y, aunque parezca extraño (o no, las rivalidades en ciertos campos son encarnizadas), tras publicar la carta a M. Dacier sufrió muchos ataques, celos, desconfianzas, intentos de desprestigio... el descubrimiento de la escritura jeroglífica en aquella época era casi una guerra entre países, así que fuera de Francia lo atacaron sin piedad. Aun así, Champollion está considerado el padre de la Egiptología, disciplina que no existía en aquel momento. Su trabajo, tal y como dice Parra en su epílogo, no fue perfecto, necesitó de mejoras que empezaron casi desde el mismo momento en que esta carta fue publicada, pero fue un punto de partida maravilloso que todo aquel que ama este mundo reconoce y venera por lo que significó.

Este no es un libro de interés general, no es un libro que se pueda recomendar, es un libro con un público muy definido y concreto. Yo he resumido y sintetizado muchísimo (aunque no lo parezca), pero aun así he intentado explicar el contexto y las conclusiones de Champollion lo mejor que he podido aunque sea de una manera simplista. La clave está sobre todo en la información que da José MIguel Parra antes y después de la carta, así que si os interesa el tema, ni os lo penséis (de todos modos abajo he incluido una biografía bastante completa de Champollion). A los demás que no os interese y aun así habéis llegado hasta aquí, mil gracias por leerme y aguantarme. No propuse este reto egipcio porque sí, lo propuse porque de verdad me apasiona, y aunque sea una inepta por mucho que lea sobre el tema, lo que quiero sobre todo es aprender. No es una temática fácil, pero es fascinante.
Enlace: https://inquilinasnetherfiel..
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