La escritura indómita

He disfrutado mucho con estos microensayos, en los que Mary Oliver habla de naturaleza, con una concreción brillante, de la creatividad, de la literatura, de la vida. Una vida que se construye ella misma: «Y puedo hacer con ella lo que quiera. Vivirla. Devolverla, algún día, sin amargura, a las dunas salvajes y recubiertas de maleza».
En «Los territorios salvajes de la creación» nos habla de los yoes que cohabitan en su interior, la lucha entre la introspección del mundo creativo y la realidad de las tareas domésticas. Si tienes el privilegio de citarte con Mary Oliver seguramente llegará tarde, o puede que ni aparezca, puesto que la escritura se antepondrá a todo: «No hay otro modo de realizar un trabajo con valor artístico. Y, para el que se afana, un eventual éxito lo compensa todo. Las personas más pesarosas del mundo son aquellas que sintieron la llamada creativa, las que sintieron su propio impulso creativo, obstinado e inquieto, y no le dedicaron ni esfuerzo ni tiempo».
Leí «El alarido del búho» prestando atención a los azulillos y a los zorzales rubines, los hermosos nidos que construyen las avispas de papel, el brillo púrpura de las matas de zarzamora. Todo ello mientras intenta avistar al búho americano: «Y busco en lo más profundo del bosque, más allá de los cortafuegos y la pista para bicicletas, entre los robles negros y los altos pinos, en tardes silenciosas y azules, cuando la arena aún está helada y la nieve cae lenta y azarosa, y el mundo entero huele como el agua en una taza de hierro».
Un libro que nos muestra, como dice Elena Medel en el prólogo, «la literatura como refugio, la naturaleza como refugio, la vida leída trenzada con la vida vivida».
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