Sentí un maravilloso escalofrío cuando, en el momento de irnos a dormir, ya en la cama tumbadas, me di la vuelta y Julieta me abrazó por la espalda. No pronunciamos ninguna palabra. Nos quedamos calladas. Y a los minutos noté la respiración pausada de Julieta, que se había dormido. Sentía miedo y felicidad al mismo tiempo. Hubiese parado todos los relojes del mundo. Por fin estaba con quien quería estar.
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