Imagina que cada 80 minutos, se borra de tu mente todo lo vivido sufriendo un reseteo que te lleva a un año en concreto de todos los que has vivido. Nuestro profesor vuelve a 1975 y solo el espejo y todas las notas que llenan su chaqueta, le devuelven a la realidad, su durísima realidad. Aunque hay algo que no cambia en ese tiempo y es su pasión por las matemáticas y el beisbol. Cuando uno se siente perdido, necesita certezas a las que agarrarse. Los números y como se relacionan estos entre sí, lo eran para el profesor. Terreno seguro donde moverse sin ayuda e incluso ayudando a los demás. La fórmula preferida del profesor es una novela enternecedora, una historia donde toda emoción es contenida, tal y como sucede en la cultura nipona, y que puede dejarte con ganas de que se desarrollen algunos aspectos de la vida de su personaje principal, pero que aun así, gracias a la enorme vulnerabilidad de este, consigue remover al lector. Una oda a la amistad y al paso del tiempo o a la ausencia del transcurso del mismo, pero lo que está claro es que este libro no puede leerse con prisas o corres el peligro de quedarte en la superficie. Tal vez por eso no lo recomiendo a todo el mundo. Si te animas, tienes que asumir que habrá capítulos llenos de números y teorías o fórmulas que puede apetecer leer en diagonal, así como referencias al beisbol. Yo lo he afrontado con calma y tratando de descubrir qué se escondía detrás de todo eso. Ha sido así como he logrado disfrutar de esta novela. |