La fórmula preferida del profesor

La novela nos cuenta una historia sencilla. Una asistenta cualificada de la agencia Kanedoto es destinada a realizar las labores domésticas de un ilústre catedrático de Matemáticas, por cuyo domicilio han ido desfilando una tras otra nueve empleadas de la empresa.
En la entrevista inicial, que tiene lugar entre la asistenta y la cuñada del profesor, ésta le informa sobre sus ocupaciones, que resultan ser bastante más sencillas en comparación con las de otros trabajos anteriores. Sin embargo, al finalizar la conversación se entera del que va a constituir su principal problema: en 1975 el profesor sufrió un accidente de tráfico como consecuencia del cual su memoria a corto plazo sólo dura 80 minutos, después de los cuales, el profesor olvida todo lo transcurrido durante ese tiempo.
El primer día de trabajo es complicado: le abre la puerta del pabellón en el que vive el profesor, un hombre vestido de manera algo descuidada, que le pregunta por el número de su pie.
"Yo" dice la protagonista y narradora, "siguiendo la regla de oro de toda asistenta, según la cual no se puede responder con una pregunta, contesté a su pregunta:
- El 24
-Vaya, es un número muy resuelto, la verdad. Es el factorial de 4.
El profesor cerró los ojos con los brazos cruzados. El silencio se mantuvo durante un momento.
-¿Qué es el factorial?
No sé por qué se lo pregunté, pero pensé que sería oportuno seguir hablando un poco más de aquello, ya que al parecer, el número del calzado iba a ser algo importante para mi empleador"

Como se puede observar, la asistenta advierte desde el principio la importancia que en el mundo del profesor tienen los números y sus propiedades y en su afán por desempeñar bien su trabajo sigue las apasionadas explicaciones del profesor, que le va guiando con palabras sencillas por el aparentemente árido mundo de las Matemáticas.

La relación entre la asistenta y el profesor se enriquece cuando éste se entera de que su empleada tiene un hijo de ocho años, que permanece unas horas solo en su casa, hasta que su madre llega de trabajar. Esto no es bueno para un niño, señala el profesor apasionadamente. Un niño tan pequeño debe tener cerca a su madre por si surge algún problema. Y le hace prometer que su hijo vendrá a casa después de sus clases. Para recordar la obligación que ha impuesto a su asistenta, el profesor recurre al mismo método del que se sirve para recordar los asuntos de importancia: escribe lo que debe recordar en un papel y lo prende con un alfiler de su traje.

La simpatía y el cariño que el profesor demuestra hacia el niño es inmediata; le bautiza como Root (raíz cuadrada), por la forma que tiene la coronilla del niño y consigue vencer las reticencias iniciales de éste, para acabar convirtiéndose en un amigo suyo.

El profesor ayuda en sus tareas a Root y le plantea problemas matemáticos, aparentemente inalcanzables para un niño de su edad. Para ayudarle, recurre a un método socrático: le hace preguntas y a través de las respuestas que éste le va dando le guía hacia la respuesta correcta.

Y es que una de las grandezas de esta novela es el modo en que se caracteriza la figura del profesor. Recuerda en cierto modo la figura de Sócrates por el modo de enseñar, por su afán pedagógico y su entusiasmo por la verdad. Su caracterización física en cierto sentido también nos evoca al filósofo griego: es austero en la comida, no gasta y apenas tiene amigos.

La fórmula preferida del profesor es, por otro lado una novela de crecimiento: nos muestra el desarrollo intelectual de un niño, Root, desde su infancia hasta su madurez. Es una novela sobre el trabajo bien hecho y sobre la importancia de los pequeños detalles.
Todo ello en un mundo tranquilo, no exento de problemas de todo tipo, pero sin prisas, con todo el tiempo y la paciencia del profsor para solucionarlos.


Yoko Ogawa nació en Okoyama, Japón, el 30 de marzo de 1962. Autora de más de 20 obras, con La fórmula preferida del profesor ha conseguido aunar dos campos aparentemente lejanos, el científico y el humanista, lo que le ha valido reconocimientos desde ambos ámbitos. Así la novela ha sido calificada como un acercamiento elegante al mundo de las matemáticas. Por su parte el premio Nobel Kenzaburo Oé ha dicho "Yoko Ogawa es capaz de dar expresión a las más sutiles formas del funcionamiento de la psicología humana en una prosa que es suave, pero penetrante".

La literatura está llena de libros entrañables. Historias que llegan al corazón y que lo abrazan dándonos una sensación de calor y confort que por momentos puede ser indescriptible. Y ese es el caso de “La fórmula preferida del profesor”, una de las historias mas entrañables que he leído y que se ha convertido en uno de mis libros favoritos.

En esta historia acompañaremos a una asistenta de hogar que es enviada a cuidar a un viejo profesor de matemáticas con una particularidad: su memoria solo dura 80 minutos, consecuencia de un accidente automovilístico que sufrió en el pasado y lo que hace que su chaqueta esté llena de pequeñas notas con las cosas más importantes que no debe olvidar. Todo lo anterior al accidente lo recuerda con viveza y audacia, lo que hace que las matemáticas, su gran pasión, sean uno de sus temas de conversación favoritos y que saca a colación en los momentos de mayor incertidumbre para buscar relaciones entre números y conseguir calmarse.

Entre números amigos, triangulares y primos, el profesor y la asistenta entablan una relación de amistad a través de las matemáticas. Pero la vida del profesor da un pequeño giro cuando conoce al hijo de la asistenta, a quién apoda cariñosamente Raíz Cuadrada y con quién comparte el amor por el béisbol. A través de este trío de personajes, Yoko Ogawa construye una historia de superación en la que el profesor lucha día a día por convivir con su condición y en cómo la asistenta y el pequeño Raíz Cuadrada intentan hacerle la vida más fácil. Una historia que devuelve la fe en la humanidad, que da esperanza en un mundo devastado por el egoísmo y la individualidad.

Con la belleza de las matemáticas como telón de fondo, nos encontramos ante una historia bella, no carente de dolor ni sufrimiento, pero que consigue mostrarnos el lado más amable y bueno del ser humano y que deja el corazón calentito. Hablar de este libro me cuesta porque me ha gustado muchísimo y expresar lo que me ha hecho sentir me parece imposible, así que solo puedo decir que lo lean, porque es de esas historias que merecen ser leídas y que se quedan con nosotros para siempre.

Desde la agencia para la que trabaja como asistenta le adjudican la casa de un peculiar profesor de matemáticas por el que ya han pasado sin éxito varias de sus compañeras. El profesor, sufrió un accidente hace diecisiete años que le causó graves daños en su memoria. de lo vivido después del lamentable suceso, solo es capaz de recordar los últimos ochenta minutos.
Madre soltera, cuando el profesor se entera de que el hijo de once años pasa la tardes solo esperando su regreso, la obliga a que "Raíz cuadrada", como lo apodará por lo plano de su cabeza, acuda a casa del profesor. Así se va forjando una estrecha relación entre los tres en la que el profesor les inculcará su pasión por las matemáticas y compartirán la que une al niño y el anciano, el béisbol.
Opinión impopular: No me ha gustado este libro. Me alegro enormemente de que fuera todo un éxito en Japón, que supusiera el reconocimiento de su escritora y se tradujera a un montón de idiomas. Pero no ha sido para mí.
Pese a que la sinopsis tenía muy buena pinta y aborda temas que habitualmente me atraen en la literatura como son la vejez, la enfermedad y la memoria, no me ha parecido que hubiera una buena liga con las metáforas que quería introducir la autora a costa de las matemáticas y el béisbol. Me parecían excesivamente descriptivas sin demasiada justificación y me sacaban totalmente de la historia. Y aburridas, muy aburridas. Soy de los que se leen hasta las notas a pie de página o final de libro y con este libro he practicado aquello de "leer en diagonal".
De igual manera me pasaba cuando de repente se salía de la sencilla narración habitual para emprender un tono lírico forzado, normalmente inspirado en la naturaleza sin venir tampoco a cuento. A nivel narrativo me ha dado la sensación de que en ocasiones se "saltaba" la norma de los ochenta minutos en beneficio de la trama y lo que parecía una obsesión del profesor provocada por algún trauma del pasado, finalmente no tiene ningún desarrollo.
Todo lo dicho se completa con un final totalmente efectista, al servicio del buen sabor de boca final del lector.
Si algo positivo puedo destacar es el homenaje que creo que Ogawa rinde a un clásico japonés 'Kokoro', de Natsume Soseki, que sí que disfruté el año pasado y que se convirtió en mi mejor lectura del pasado marzo asiático.

Una joven madre soltera, sola con su hijo de 10 años, que trabaja como asistenta, es contratada por una mujer mayor para que limpie y cocine en casa de su cuñado, un profesor de matemáticas de sesenta años, que vive aislado desde que en 1975 tuvo un accidente a consecuencia del cual no puede acumular recuerdos nuevos, pues su memoria dura exactamente ochenta minutos; sólo recuerda todo lo anterior al accidente. A pesar de esta dificultad la asistenta y su hijo consiguen, con el béisbol y las matemáticas, acercarse al profesor con el que, poco a poco, crean lazos. El profesor empieza a ayudarle con los deberes, no dándole la solución sino explicándole lo que debe hacer para encontrarla. al final logra que los dos se animen con las matemáticas planteándoles cuestiones que la asistenta se va a esforzar en resolver, incluso acudiendo a la biblioteca.
Si lo pensamos fríamente es una novela en la que apenas pasa nada, que nos cuenta la vida de unas personas durante unos meses, pero no puedes pensar fríamente porque es una novela interesante, que se lee casi de un tirón de forma fácil,a pesar de las matemáticas y el béisbol, que consigue que las matemáticas emocionen viendo cómo se emociona con ellas el profesor Es una historia tierna, sencilla y optimista contada con mucho cariño que hace que cojas cariño a los personajes.

Imagina que cada 80 minutos, se borra de tu mente todo lo vivido sufriendo un reseteo que te lleva a un año en concreto de todos los que has vivido. Nuestro profesor vuelve a 1975 y solo el espejo y todas las notas que llenan su chaqueta, le devuelven a la realidad, su durísima realidad. Aunque hay algo que no cambia en ese tiempo y es su pasión por las matemáticas y el beisbol.
Cuando uno se siente perdido, necesita certezas a las que agarrarse. Los números y como se relacionan estos entre sí, lo eran para el profesor. Terreno seguro donde moverse sin ayuda e incluso ayudando a los demás.
La fórmula preferida del profesor es una novela enternecedora, una historia donde toda emoción es contenida, tal y como sucede en la cultura nipona, y que puede dejarte con ganas de que se desarrollen algunos aspectos de la vida de su personaje principal, pero que aun así, gracias a la enorme vulnerabilidad de este, consigue remover al lector.
Una oda a la amistad y al paso del tiempo o a la ausencia del transcurso del mismo, pero lo que está claro es que este libro no puede leerse con prisas o corres el peligro de quedarte en la superficie.
Tal vez por eso no lo recomiendo a todo el mundo. Si te animas, tienes que asumir que habrá capítulos llenos de números y teorías o fórmulas que puede apetecer leer en diagonal, así como referencias al beisbol. Yo lo he afrontado con calma y tratando de descubrir qué se escondía detrás de todo eso. Ha sido así como he logrado disfrutar de esta novela.