Vengo de ese miedo

“Se reproduce igual que la hierba salvaje. Se hace fuerte en lo adverso. Ese es mi padre: mala hierba que crece en cualquier sitio de mi cuerpo tembloroso, apoderándose de mí”
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Cuando venimos de una casa amable, con padres diligentes, atentos y que nos aman, nuestra casa se convierte en hogar, en sinónimo de refugio. Pero, ¿qué pasa cuando nuestros padres y nuestra casa son sinónimo de malestar, de miedo, de odio?

Miguel Ángel Oeste nos trae en «Vengo de ese miedo» una historia íntima, una introspección en la que el narrador repasa los elementos más angustiosos de su infancia, su adolescencia y su adultez. Con una narración directa, clara, descarnada. El narrador no tiene problema en reconocer que quiere matar a su padre.

Y es que ésta es una novela nacida del miedo y del odio. Ambos se unen formando una sinergia que remueve el pasado y desajusta el presente. Un testimonio que pone los pelos de punta y con el que resulta tremendamente complicado no empatizar, no sufrir, no odiar, no tener miedo.

Ese miedo infecta al narrador de tal forma que lo paraliza y lo lleva al límite. Se ríe de él, lo empequeñece y lo aísla del mundo que le rodea.

Es una historia dura, muy dura. He sufrido mucho por ese narrador niño, adolescente y adulto, que únicamente buscaba amor, protección y el reconocimiento de sus padres. Solo quería un hogar, pero no lo encontró hasta que él mismo estuvo dispuesto a formar el suyo propio.

En ocasiones damos por sentado el amor de los padres y la calidez del hogar, así que, a pesar de todo el dolor, esta historia nos recuerda el gran privilegio que es tenerlo.